Barberá, sinvergüenza



Rita Barberá ha vuelto a hacerlo. Parecía que no volvería a sorprendernos la cofundadora del PP en la Comunidad Valenciana después del comentario de las anchoas, pero no nos equivocamos. En esta ocasión ha declarado, tajantemente, que "todos los políticos de este país, desde el primero hasta el último, reciben regalos".

Esta rotundidad contrasta con la presunción de inocencia que por otro lado exige en la democracia. En realidad, ella misma está acusando a todos los políticos de sinvergüenzas al hacer esas declaraciones. Incluida ella misma. Gracias a sus propias declaraciones se puede afirmar que, por autodefinición, Rita Barberá es una sinvergüenza, como todo aquel político -ignoro si todos o sólo algunos- que reciban regalos. Y es que hay ciertas posiciones que no deberían aceptar ningún tipo de dádiva que no fuera institucional; cualquier otra cuya procedencia sea desde el ámbito privado debería rechazarse.

Hay periódicos, como Público con el que habitualmente colaboro, que tienen por norma poner límites a los regalos que los periodistas pueden recibir. Parece algo lógico, aunque sólo sea para despejar cualquier tipo de sospecha por las informaciones que se publican. Si un periodista es capaz de autorregularse en ese sentido, ¿por qué un político -cuyo sueldo con sus beneficios sociales es significativamente más alto- no puede hacer lo mismo? Sencillamente, porque no quiere. Es como el tema de la financiación de los partidos políticos, en donde habría que realizar una investigación exhaustiva para terminar con unas cuantas corruptelas...

Volviendo a la Barberá, su desfachatez llega aún más lejos, porque sugiere que en esto de los regalos a los políticos hay niveles, siendo los que reciben los miembros del Ejecutivo, mucho más sustanciales. Ignoro si el comentario es por envidia o por tratar de disculpar los que ella misma recibe, pero me remito a una anécdota del gran Groucho Marx:

en una ocasión le preguntó a una dama "¿Se acostaría conmigo por un millón de dólares?". A lo que ella contestó rápida "Pues claro". "¿Y por un dólar?", volvió a preguntar Groucho. "¿Pero por quién me ha tomado?", replicó la mujer, indignada, siendo contestada por Marx: "Eso ya quedó claro en la primera pregunta, ahora sólo discutimos el precio".

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