Facebook: viaje del pasado al futuro
Escribía el otro día Vicente Verdú un artículo sobre la nueva sociedad que se nos dibuja, la que "sustituyó el plug por el unplugged y el lazo por el roce". Esa sociedad que, según él, "se relaciona a la manera de una energía que no vive del contacto sino de la proximidad. Los cuerpos se reconocen sin machihembrase, las parejas se aman sin anillarse". Una sociedad que "se está formando sobre redes colectivas e invisibles, menos físicas pero no menos consistentes".
En realidad, es una columna que me desconcierta porque es pura contradicción en sí misma. Hay tantas cosas que comparto como que rechazo. Por ejemplo, rechazo esa tendencia a pensar que la tecnología nos distancia, nos aleja de nuestros seres queridos. No es así, al menos, no si se usan de un modo inteligente. Durante muchos años el teletrabajo me ha permitido robar horas a los retrasos de avión, a los viajes en tren o a los vuelos transatlánticos. Me ha permitido acercarme a gente a 10.000 kilómetros de distancia, de un modo barato y cercano.
Y hoy, me ha dado la oportunidad de disfrutar de una barbacoa con los amigos de la niñez. Esa personillas que se acercan o superan la treintena y que me regalaron años muy felices cuando construía lo que demonios soy hoy. Gente que hacía 17 años que no veía porque, por diferentes motivos, recuperar el contacto era como busca una aguja en un pajar. Pasado que vuelve a ser presente con promesas de futuro. ¿Por qué renunciar a eso?
Facebook, después de haber padecido 3.000 invitaciones a tests para saber qué personaje de dibujos animados soy y ver otras 10.000 galletas de la fortuna abiertas por viejos conocidos -creánme, mereció la pena-, me ha regalado este día.
El bueno de Verdú tiene razón en una cosa: muchos han optado por el roce, diciendo adiós al contacto, pero otros, en cambio, potenciamos ese contacto con el lazo invisible de Internet. Esa es la diferencia, patente ahora pero que, probablemente, ya se dejaba entrever antes del 'boom' de la redes sociales, que tan sólo potencian la timidez o dejadez de unos y la iniciativa y empuje de otros.
En realidad, es una columna que me desconcierta porque es pura contradicción en sí misma. Hay tantas cosas que comparto como que rechazo. Por ejemplo, rechazo esa tendencia a pensar que la tecnología nos distancia, nos aleja de nuestros seres queridos. No es así, al menos, no si se usan de un modo inteligente. Durante muchos años el teletrabajo me ha permitido robar horas a los retrasos de avión, a los viajes en tren o a los vuelos transatlánticos. Me ha permitido acercarme a gente a 10.000 kilómetros de distancia, de un modo barato y cercano.
Y hoy, me ha dado la oportunidad de disfrutar de una barbacoa con los amigos de la niñez. Esa personillas que se acercan o superan la treintena y que me regalaron años muy felices cuando construía lo que demonios soy hoy. Gente que hacía 17 años que no veía porque, por diferentes motivos, recuperar el contacto era como busca una aguja en un pajar. Pasado que vuelve a ser presente con promesas de futuro. ¿Por qué renunciar a eso?
Facebook, después de haber padecido 3.000 invitaciones a tests para saber qué personaje de dibujos animados soy y ver otras 10.000 galletas de la fortuna abiertas por viejos conocidos -creánme, mereció la pena-, me ha regalado este día.
El bueno de Verdú tiene razón en una cosa: muchos han optado por el roce, diciendo adiós al contacto, pero otros, en cambio, potenciamos ese contacto con el lazo invisible de Internet. Esa es la diferencia, patente ahora pero que, probablemente, ya se dejaba entrever antes del 'boom' de la redes sociales, que tan sólo potencian la timidez o dejadez de unos y la iniciativa y empuje de otros.
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