Mendigar la realidad
Desde que arrancara en Antena3TV el programa 'Invisibles', en el que unos cuantos famosos venidos a menos se disfrazan de mendigos y 'viven' las penurias de los sintecho, he oído opiniones para todos los gustos. Hay quien elogia el programa porque asegura que nos acerca a la realidad. Pero se equivocan, porque la realidad de los vagabundos no se viste con plumas caros, ni tienen sacos de dormir polares, ni gorros de lana, ni un calzado adecuado. Nada de eso.
Pero da igual. Todas esas opiniones no me importan, ni las de los que elogian el programa ni las de quienes lo critican al calor del hogar. Me interesa mucho más la de un sintecho de verdad. Ayer estuve charlando con Pedro, de 43 años. Acostumbro a verlo estos días por el Paseo del Prado, a veces rondando el Jardín Botánico, con su mochila, sus cartones y un andar errático, vencido por un peso invisible.
Cuando le hablé del programa se sorprendió. "No tenía ni idea de que lo estuvieran echando", me comentó. Claro, en la calle es complicado enterarse de esas cosas. "¿Y por qué quieren vivir en la calle? ¿Para qué?"
Ni siquiera se enfadó, sólo se preguntaba atónito por qué alguien que lo tiene todo quiere pasar por ese infierno. "¿Pero es que no se imaginan lo que es?", me preguntaba. "Pues no del todo, Pedro. Es cuestión de dinero, de audiencias, ya sabes". Me miró en silencio; por unos instantes no supe qué haría, qué diría. Respiró profundamente y parecieron sonarle todas las entrañas por dentro, y rascándose la cabeza con el dedo ennegrecido que asomaba por el guante recortado me dijo: "Hay cosas que sólo deberían imaginarse".
Dio media vuelta y se marchó.
Pero da igual. Todas esas opiniones no me importan, ni las de los que elogian el programa ni las de quienes lo critican al calor del hogar. Me interesa mucho más la de un sintecho de verdad. Ayer estuve charlando con Pedro, de 43 años. Acostumbro a verlo estos días por el Paseo del Prado, a veces rondando el Jardín Botánico, con su mochila, sus cartones y un andar errático, vencido por un peso invisible.
Cuando le hablé del programa se sorprendió. "No tenía ni idea de que lo estuvieran echando", me comentó. Claro, en la calle es complicado enterarse de esas cosas. "¿Y por qué quieren vivir en la calle? ¿Para qué?"
Ni siquiera se enfadó, sólo se preguntaba atónito por qué alguien que lo tiene todo quiere pasar por ese infierno. "¿Pero es que no se imaginan lo que es?", me preguntaba. "Pues no del todo, Pedro. Es cuestión de dinero, de audiencias, ya sabes". Me miró en silencio; por unos instantes no supe qué haría, qué diría. Respiró profundamente y parecieron sonarle todas las entrañas por dentro, y rascándose la cabeza con el dedo ennegrecido que asomaba por el guante recortado me dijo: "Hay cosas que sólo deberían imaginarse".
Dio media vuelta y se marchó.
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