Donde, fuera del armario, hace frío


“Ese Rubencín que no entendía nada, sólo que no era igual que los niños de su clase, se iba aterrado a la salida del colegio por miedo a los constantes insultos. Los golpes, las patadas, las amenazas y las burlas en grupo eran una pesadilla. ‘Maricones no, yo no comparto pupitre con seres como tú”. Así describía Rubén López su niñez en su perfil de Facebook, “tratando de dar un ejemplo de la visibilidad que nos hace falta, la que yo no pude tener entonces”.

Rubén es un joven de 30 años, gay, que se crió en Talavera de la Reina y que aún no ha podido olvidar la peor etapa de su vida: su niñez. La vida para una persona lesbiana, gay, transexual o bisexual (LGTB) en un pueblo o una ciudad pequeña sigue siendo una pesadilla. Rubén no ha podido olvidar aún el día que uno de sus compañeros le apagó un cigarro en la mejilla “por maricón”; y al llegar a casa no pudo contar el porqué de la quemadura.

Y, precisamente porque no lo ha podido olvidar, ahora es el coordinador general de Arcópoli, la asociación LGTB –también abierta a heterosexuales-, presente en las universidades Politécnica y Complutense de Madrid, así como en la de Alcalá de Henares. Además, Rubén está trabajando en la creación de Tal Cual Talavera, la que será la primera asociación de estas características en su ciudad natal, presidida por una lesbiana, aunque “hay muchos problemas de visibilidad, de hecho, no pudimos publicar las fotos de nuestra constitución precisamente porque no todos eran visibles”.

Rubén López, en las escaleras del Museo Reina Sofía (D.B.)
Esta dificultad a la hora de ‘salir del armario’ es el común denominador en las ciudades pequeñas, en las que el círculo de redes sociales se estrecha y, en ocasiones, en las que la tradición católica, que choca frontalmente con cualquiera de las realidades LGTB, sigue instaurada en las más altas instancias de poder. De los cerca de cuatro millones de personas no heterosexuales que hay en España, tan sólo es visible el 1%.

Pepa Tascón es la presidenta de LESGÁVILA, la asociación LGTB de Ávila, y se ha visto abocada a ser la única cara visible del activismo abulense. “Hay mucho miedo a todo, a los padres, a la familia, al trabajo”, apunta, “y así nos cuesta muchísimo trabajar, más aún en una ciudad como Ávila que es extraordinariamente conservadora”.

La realidad rural o de núcleos urbanos más pequeños traslada al activismo LGTB a la España pretérita, cuando si bien se habían acabado las redadas contra este colectivo, la discriminación, las vejaciones y los insultos y amenazas estaban a la orden del día. Tascón ilustra esta realidad con recientes casos de obstaculización en las bodas gays: “dos parejas de lesbianas que se querían casar han sufrido una estrategia de desgaste por parte del Ayuntamiento, echándoles para atrás sus expedientes sistemáticamente”. No en vano, el alcalde de la ciudad, Miguel Ángel García Nieto, del Partido Popular (PP), felicitó a su colega Javier León de la Riva, alcalde popular de Valladolid, por negarse a celebrare bodas gays, llegando a calificar el acto "de buena hombría".

Antonio Poveda en la sede de la FELGTB (D.B.)
A pesar de ello, la presidente de LESGÁVILA se muestra satisfecha de haber conseguido que “el alcalde declare el 17 de mayo el Día contra la Homofobia”. Antonio Poveda, presidente de la Federación Estatal LGTB (FELGTB), subraya la importancia del nacimiento de asociaciones como LESGAVILA, porque “allí los activistas sí que se juegan de verdad el tipo y es evidente el éxodo rural que se produce hacia las grandes ciudades, sobre todo Madrid y Barcelona, donde la vida resulta más sencilla para una persona LGTB”.

Así lo constatan las últimas cifras del informe Matrimonio en Igualdad 2009, que revela que Madrid y Barcelona siguen concentrando casi el 40% de las bodas gays y lesbianas en España, a mucha distancia del resto de las provincias.

Mobbing homofóbico 
La escuela es otro de los frentes en los que más esfuerzos está invirtiendo el activismo, pues la problemática en este ámbito adquiere una doble dimensión: por un lado, sentar las bases de la futura sociedad en la que no haya lugar para la discriminación LGTB y, por otro, luchar contra el aislamiento que viven los alumnos y alumnas no heterosexuales.

En el caso concreto de Ávila, Pepa Tascón indica que “estamos registrando cada vez más casos de homofobia en los colegios; sólo el año pasado tuvimos tres y uno de ellos con el agravante de un intento de suicidio”. La activista denuncia “la clarísima manipulación que se está haciendo de la asignatura de Educación para la Ciudadanía”, así como la connivencia del Gobierno central “que mira para otro lado”. En este sentido, considera que “en las ciudades pequeñas nos encontramos a un siglo respecto a Madrid o Barcelona”. 

GYLDA (Gays Y Lesbianas De Aquí), en Logroño, es otro buen ejemplo de cómo a pesar de la desigualdad social que aún sufre el colectivo LGTB, los activistas siguen al pie del cañón. Francisco J. Pérez Diego, su presidente, asegura que “la visibilidad es lo más importante, pero sigue siendo muy complicado en una ciudad como Logroño, que aún cuenta con una sociedad muy tradicional y cuyo presidente de la Comunidad [Pedro Sanz, PP] es probablemente de los más ultraconservadores de la derecha española”. Y eso se hace patente en el escaso número de voluntarios que se acerca a la asociación “debido al miedo que aún existe”.

 A pesar de ello, junto a las campañas periódicas de prevención de enfermedades de transmisión sexual, GYLDA se vuelca con la escuela, “impartiendo talleres de diversidad afectiva”. Antonio Poveda es tajante al afirmar que “las aulas no son seguras para quienes no son heterosexuales, por eso es donde más proyectos y voluntarios hay en todas las Comunidades Autónomas”. 

Según indica Poveda, el colectivo LGTB no sólo es la minoría más mayoritaria sino que, además, es la realidad discriminada que menos recursos recibe para salir del atolladero. “La diferencia entre un adolescente negro y uno gay, es que el gay se lo tiene que decir a sus padres”, concluye.

El drama transexual 
Desde que fueran aprobadas las leyes de matrimonios gays (2005) –aún impugnada por el PP- y de identidad de género (2007), muchos han tenido la sensación de que el activismo LGTB se ha relajado. Jordi Petit, histórico de este activismo desde los años 70, lo atribuye a que “el movimiento se ha abierto en abanico, no sólo en cuanto a cada uno de sus colectivos –gays, lesbianas, transexuales y bisexuales- sino, también, por grupos más específicos como cristianos, universitarios, policías, tercera edad, etc.” En su opinión, “una vez lograda la igualdad legal, toca luchar por la igualdad social”. 

Pepa y Nacho, en Ávila (LESGAVILA)
Sin embargo, esta igualdad social es compleja de conseguir, incluso, dentro del propio colectivo LGTB, donde históricamente lesbianas y transexuales han sido considerados de segunda fila. En el caso de las personas transexuales –a las que se dedica el Orgullo este año- es más acusado este distanciamiento, por lo que su integración social es más compleja. Más aún en el caso de Ignacio José Mateos, un chico transexual de Barco de Ávila, pueblo de apenas 2.500 habitantes, situado en la provincia de Ávila.

Afortunadamente, él sí ha contado con el apoyo de LESGAVILA, a la que encontró hace seis meses a través de Internet y, sobre todo, su familia –su madre y su hermana-, y gracias a ello ha soportado con entereza “todo lo que he tenido que pasar”. No sólo se refiere a las miradas acusadoras, a los desprecios y discriminaciones, sino también al duro golpe que supuso “cuando aun no tenía la mayoría de edad y tenía que ir al psicólogo infantil a pesar de que me quedaban unos meses para los 18 años, su informe desfavorable para el tratamiento hormonal, creo que por quitárselo de encima. Y lo que más me dolió no fue que denegaran el tratamiento sino todo lo que ponía sobre mí en ese informe”. 

Si en 1990 la homosexualidad consiguió superar su estatus de enfermedad según la Organización Mundial de la Salud (OMS), no sucede lo mismo con la transexualidad, que aún se considera un trastorno mental. Incluso, la Ley de Identidad de Género, que el propio Poveda de la FELGTB considera “ley pionera y ejemplo para muchos países”, concibe la transexualidad como una patología.

Miquel Missé, transexual, y Gerard Coll-Planas, gay, acaban de publicar “El Género Desordenado”, en el que se da buena cuenta de ello, fundamentalmente abordando el problema de la despatologización. Coll-Planas denuncia que “los dos años de hormonación que exige la ley para poder acceder a la cirugía de reasignación genital, a los niveles que se aplican, prácticamente deja estériles a las personas”.

Pedro Zerolo (D.B.)
Además y debido a la transferencia de competencias en materia sanitaria, tan sólo País Vasco, Andalucía, Madrid y Barcelona cubren los gastos médicos de estas intervenciones. “La Sanidad no es pública para los y las transexuales, y mucho menos en las ciudades pequeñas o pueblos”, advierte Carla Antonelli, una de las abanderadas de la causa trans, militante del PSOE que llegó a protagonizar una huelga de hambre ante los retrasos en la aprobación de la Ley de Identidad de Género.

Su compañero de partido, Pedro Zerolo, avanza que “estamos trabajando en una ley, que se aprobará próximamente, de igualdad de trato y consideración, tanto en lo laboral como en el acceso a bienes y servicios, donde se transponen todas las directivas europeas y en la que tienen cabida todos, no sólo el colectivo LGTB”. 

Quizás así y si la ley tiene calado en la sociedad, sea posible cumplir el deseo de Ignacio José Mateos, desde Barco de Ávila: “Cuando aún no había dicho nada a nadie sobre lo que me estaba ocurriendo, escuché una frase que decía ‘para ser feliz con los demás, primero hay que ser feliz con uno mismo’, y desde entonces estoy buscando mi felicidad, mi sueño es ser feliz”. 

(Reportaje en Interviú, agosto 2010)
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