Holanda dice adiós a Afganistán
La guerra de Afganistán, el 'nuevo Vietnam estadounidense' como se ha denominado ya -aunque no sólo lo es para EEUU-, acaba de ver cómo los efectivos holandeses abandonan. No es una pérdida realmente significativa en cuanto a número -no llegan a los 2.000 soldados-, pero sí un envite a la la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), bajo mando de la OTAN. Supone toda una llamada a la conciencia internacional y todo un dilema, la verdad.
Si uno se para a analizar la guerra de Afganistán -o 'la misión de paz de Afganistán', como diría nuestra ministra de Defensa-, se sorprende de la ineficacia de lo aliados de la OTAN, incluso antes de la información filtrada por WikiLeaks. ¿Cómo es posible que los talibanes sean capaces de poner contra las cuerdas y durante tanto tiempo al ejército más sofisticado del mundo? Para un profano como yo, a pesar de la orografía del país y demás justificaciones, es inaudito.
Pero la reflexión ha de ir mucho más allá y profundizar en el porqué de la elección de Afganistán para comenzar esta masacre. Se trata de una república islámica pobre, muy pobre; no en vano padeció una guerra civil durante 25 años cuyos efectos no se superan precisamente con la llegada de la ISAF. Con una renta per cápita por debajo de los 250 dólares y una esperanza de vida que no llega a los 45 años, los afganos no saben lo que es vivir en paz. Tan sólo Kabul puede llegar a percibir lo que significa el gobierno electo, porque el resto del país padece la injusticia talibán.
Una panorama triste, lamentable, pero que desafortunadamente no es único en el mundo. Pero entonces aparece EEUU y su afán por llevar la democracia a cualquier rincón del mundo... a cualquiera que él haya seleccionado previamente, porque no vale lo mismo una democracia en el enclave estratégico de Afganistán que en un pobre país centroafricano.
Y a estas alturas, surge el dilema: ¿qué es mejor después de haber masacrado la economía, recursos y, por qué no decirlo, población civil afgana, retirarse y dejarlos a su suerte o terminar el trabajo? Diría que lo segundo, llegados ya a este punto, pero con una mayor efectividad, con unos servicios de inteligencia que hagan honor a su nombre y, por supuesto, con un papel de la ONU real siendo ella y no EEUU quien lidere la operación. Y todo ello junto al gobierno afgano, que parece pintar muy poco en esta supuesta cruzada por la democracia.
Si uno se para a analizar la guerra de Afganistán -o 'la misión de paz de Afganistán', como diría nuestra ministra de Defensa-, se sorprende de la ineficacia de lo aliados de la OTAN, incluso antes de la información filtrada por WikiLeaks. ¿Cómo es posible que los talibanes sean capaces de poner contra las cuerdas y durante tanto tiempo al ejército más sofisticado del mundo? Para un profano como yo, a pesar de la orografía del país y demás justificaciones, es inaudito.
Pero la reflexión ha de ir mucho más allá y profundizar en el porqué de la elección de Afganistán para comenzar esta masacre. Se trata de una república islámica pobre, muy pobre; no en vano padeció una guerra civil durante 25 años cuyos efectos no se superan precisamente con la llegada de la ISAF. Con una renta per cápita por debajo de los 250 dólares y una esperanza de vida que no llega a los 45 años, los afganos no saben lo que es vivir en paz. Tan sólo Kabul puede llegar a percibir lo que significa el gobierno electo, porque el resto del país padece la injusticia talibán.
Una panorama triste, lamentable, pero que desafortunadamente no es único en el mundo. Pero entonces aparece EEUU y su afán por llevar la democracia a cualquier rincón del mundo... a cualquiera que él haya seleccionado previamente, porque no vale lo mismo una democracia en el enclave estratégico de Afganistán que en un pobre país centroafricano.
Y a estas alturas, surge el dilema: ¿qué es mejor después de haber masacrado la economía, recursos y, por qué no decirlo, población civil afgana, retirarse y dejarlos a su suerte o terminar el trabajo? Diría que lo segundo, llegados ya a este punto, pero con una mayor efectividad, con unos servicios de inteligencia que hagan honor a su nombre y, por supuesto, con un papel de la ONU real siendo ella y no EEUU quien lidere la operación. Y todo ello junto al gobierno afgano, que parece pintar muy poco en esta supuesta cruzada por la democracia.
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