Ser diferente en un pueblo
Bajo el título 'Donde, fuera del armario, hace frío', esta semana publico en Interviú un reportaje que aborda la vida de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales (LGTB) cuando viven fuera de las grandes capitales de provincia, cuando su orientación sexual choca frontalmente con la ignorancia, la intolerancia o la discriminación rural. A veces olvidamos que si en ciudades como Madrid o Barcelona aún son muy numerosos los casos de homofobia, transfobia o, en definitiva, de muestras explícitas de desprecio al colectivo LGTB, en el ámbito rural tenemos que remontarnos a 20 años atrás para dibujar certeramente la imagen de situación.
El mismo colectivo LGTB lo olvida muchas veces, porque cuando uno desarrolla su día a día en la gran ciudad, donde ya se han conquistado muchos derechos (legales y sociales), la imagen de represión parace diluirse en el ambiente. Bien es cierto que en esos núcleos urbanos aún hay mucho que superar, pero en una ciudad pequeña o un pueblo, ni siquiera resulta sencillo ejercer los derechos de igualdad legal, como el matrimonio gay. Y quienes no sólo se limitan a vivir -o, mejor dicho, a sobrevivir-, sino que además se convierten en activistas para conseguir cambiar esa atroz realidad, se juegan el tipo.
Activistas son todos, cierto, los de los pueblos y los de las grandes urbes. Pero quienes recuperan la verdadera esencia del activismo, quienes no coquetean ni negocian con derechos humanos con los partidos políticos, quienes no claudican a intereses comerciales porque éstos ni siquiera existen, son los 'activistas rurales'. Por este motivo, el reportaje de Interviú es un pequeño homenaje a los activistas LGTB de esas provincias, que luchan día a día con recursos mínimos, con su ilusión como mejor arma y la convicción de que, aún enjaulados por sus vecinos más cercanos, son los más libres de toda su comunidad.
Va por ellos.
El mismo colectivo LGTB lo olvida muchas veces, porque cuando uno desarrolla su día a día en la gran ciudad, donde ya se han conquistado muchos derechos (legales y sociales), la imagen de represión parace diluirse en el ambiente. Bien es cierto que en esos núcleos urbanos aún hay mucho que superar, pero en una ciudad pequeña o un pueblo, ni siquiera resulta sencillo ejercer los derechos de igualdad legal, como el matrimonio gay. Y quienes no sólo se limitan a vivir -o, mejor dicho, a sobrevivir-, sino que además se convierten en activistas para conseguir cambiar esa atroz realidad, se juegan el tipo.
Activistas son todos, cierto, los de los pueblos y los de las grandes urbes. Pero quienes recuperan la verdadera esencia del activismo, quienes no coquetean ni negocian con derechos humanos con los partidos políticos, quienes no claudican a intereses comerciales porque éstos ni siquiera existen, son los 'activistas rurales'. Por este motivo, el reportaje de Interviú es un pequeño homenaje a los activistas LGTB de esas provincias, que luchan día a día con recursos mínimos, con su ilusión como mejor arma y la convicción de que, aún enjaulados por sus vecinos más cercanos, son los más libres de toda su comunidad.
Va por ellos.
No solo está el problema en los políticos de la derecha que capan las libertades de los ciudades que (curiosamente) seguro que no les votan, sino también en la educación. Si el sistema educativo no hace nada, en las grandes ciudades, por luchar contra los estereotipos, por una educación inclusiva, en los centros escolares de las provincias, y no digamos nada de los pueblos, la información sobre otras formas de amar, de querer, son nulas. Y esa es una asignatura que sigue pendiente.
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