Hacer literatura con la lideresa
Uno se queda de piedra al escuchar las declaraciones de Esperanza Aguirre defendiendo a su amigo Sánchez Dragó después de que éste reconociera, porque el delito ya había prescrito, que había sido un pederasta en Japón. Increíble. Su argumentación es que es pura literatura, aunque esta apreciación no es del todo correcta: todo cuanto hay en un libro no es literatura y, en este caso concreto, son transcripciones de conversaciones con Boadella. Pero ella, a lo suyo.
Le dan a uno ganas de hacer literatura y hablar de una mujer de buena familia -que no es lo mismo que de una familia buena-, 'opusina' hasta la médula, lo que le valió para progresar en esta vida en una carrera meteórica imparable, a pesar de creer que Sara Mago era una escritora cuando ella era ministra de Cultura. Le dan a uno ganas de hacer literatura y pensar en una mujer rabiosa, ansiosa de poder a toda costa, que falseaba cuentas, que se financiaba ilegalmente las campañas y que arruinaba el sistema sanitario público de la Comunidad de Madrid.
Le dan a uno ganas de hacer literatura y hablar de una política que machaba la enseñanza de Madrid, que aparecía con calcetines en plan victimista para dar pena, dando en realidad asco. Le dan a uno ganas de hacer literatura de una lideresa que no hacía honor a su nombre propio porque era la imagen misma de la desesperanza, que diseñaba la televisión pública que pagamos todos los madrileños en una tele panfletaria, chabacana y deshonesta, como ella misma.
Le dan a uno ganas de hacer literatura y describir a una mujer tan facha como falsa y tan reconcorosa y vengativa como rubia teñida, que a pesar de acaparar el 25% de los casos de VIH en España, se 'cepilla' las subvenciones para las ONGs que luchan por fomentar los buenos hábitos sexuales en la lucha contra el sida. Le dan a uno ganas de hacer literatura y querer que Sánchez Dragó haga literatura con ella...
... pero, ¿saben qué? Yo no soy escritor. Soy periodista.
Le dan a uno ganas de hacer literatura y hablar de una mujer de buena familia -que no es lo mismo que de una familia buena-, 'opusina' hasta la médula, lo que le valió para progresar en esta vida en una carrera meteórica imparable, a pesar de creer que Sara Mago era una escritora cuando ella era ministra de Cultura. Le dan a uno ganas de hacer literatura y pensar en una mujer rabiosa, ansiosa de poder a toda costa, que falseaba cuentas, que se financiaba ilegalmente las campañas y que arruinaba el sistema sanitario público de la Comunidad de Madrid.
Le dan a uno ganas de hacer literatura y hablar de una política que machaba la enseñanza de Madrid, que aparecía con calcetines en plan victimista para dar pena, dando en realidad asco. Le dan a uno ganas de hacer literatura de una lideresa que no hacía honor a su nombre propio porque era la imagen misma de la desesperanza, que diseñaba la televisión pública que pagamos todos los madrileños en una tele panfletaria, chabacana y deshonesta, como ella misma.
Le dan a uno ganas de hacer literatura y describir a una mujer tan facha como falsa y tan reconcorosa y vengativa como rubia teñida, que a pesar de acaparar el 25% de los casos de VIH en España, se 'cepilla' las subvenciones para las ONGs que luchan por fomentar los buenos hábitos sexuales en la lucha contra el sida. Le dan a uno ganas de hacer literatura y querer que Sánchez Dragó haga literatura con ella...
... pero, ¿saben qué? Yo no soy escritor. Soy periodista.
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