España ya no vende armas a Libia
España ha suspendido la venta de armas a Libia. Así lo explica El País en su artículo de hoy, donde revela que el secretario de Estado de Comercio Exterior, Alfredo Bonet, ha ordenado la apertura de un expediente para revocar las licencias vigentes de venta de material militar a Libia. Al parecer, el Gobierno ha decidido aplicar el Código de Conducta de la UE, que prohíbe la exportación de armas a países en conflicto. Deberían, quizás, leerse primero la propia legislación española, que lo prohíbe en su Ley 53/2007, de 28 de diciembre, sobre el control del comercio exterior de material de defensa y de doble uso, donde establece que "España tiene el deber de asegurar que sus exportaciones son coherentes con los compromisos vigentes de conformidad con el Derecho Internacional y de manera que se garantice que dichas exportaciones no fomenten la violación de los derechos humanos, no aviven los conflictos armados ni contribuyan de forma significativa a la pobreza".
Es el eterno caballo de batalla de España, empeñada en hacer caja con la venta de armas y haciendo caso omiso del uso que se les da después. Periodistas como Gervasio Sánchez, cansado de fotografiar los efectos de estas ventas, viene denunciándolo desde hace mucho tiempo, asegurando que "el Gobierno ha triplicado la venta de armas desde 2004". Hace tiempo, otro periodista, Ricardo Vázquez-Prada, me remitió un interesante artículo en el que, además de poner de manifiesto cómo España batía su récord en venta de armas en pleno año de crisis -superando los 1.300 millones de euros-, sostenía el "claro cinismo gubernamental de un ejecutivo que quiere mostrarse a menudo como defensor a ultranza de los derechos humanos, progresista y de izquierdas, pero que luego, en la práctica, alienta sin medida el negocio de la venta de armas". Y tiene razón.
La misma razón de quien hoy se levante, lea el comunicado de la ONU en el que, al referirse a los acontecimientos vividos en Libia -bombardeos contra la población incluidos-, declara que "si se confirma la escala y la naturaleza de estos ataques, podrían constituir crímenes contra la humanidad, de los que las autoridades deberán responder" y crea que la falta de contundencia es sangrante. Y lo es. Vaya si lo es, tanto como la laxitud de la Unión Europea en su valoración de los hechos. Que Europa se prepare para una oleada de refugiados políticos. Y que no los rechace, porque ella misma los ha atraído con su tibieza en las condenas hacia regímenes como el libio.
Es el eterno caballo de batalla de España, empeñada en hacer caja con la venta de armas y haciendo caso omiso del uso que se les da después. Periodistas como Gervasio Sánchez, cansado de fotografiar los efectos de estas ventas, viene denunciándolo desde hace mucho tiempo, asegurando que "el Gobierno ha triplicado la venta de armas desde 2004". Hace tiempo, otro periodista, Ricardo Vázquez-Prada, me remitió un interesante artículo en el que, además de poner de manifiesto cómo España batía su récord en venta de armas en pleno año de crisis -superando los 1.300 millones de euros-, sostenía el "claro cinismo gubernamental de un ejecutivo que quiere mostrarse a menudo como defensor a ultranza de los derechos humanos, progresista y de izquierdas, pero que luego, en la práctica, alienta sin medida el negocio de la venta de armas". Y tiene razón.
La misma razón de quien hoy se levante, lea el comunicado de la ONU en el que, al referirse a los acontecimientos vividos en Libia -bombardeos contra la población incluidos-, declara que "si se confirma la escala y la naturaleza de estos ataques, podrían constituir crímenes contra la humanidad, de los que las autoridades deberán responder" y crea que la falta de contundencia es sangrante. Y lo es. Vaya si lo es, tanto como la laxitud de la Unión Europea en su valoración de los hechos. Que Europa se prepare para una oleada de refugiados políticos. Y que no los rechace, porque ella misma los ha atraído con su tibieza en las condenas hacia regímenes como el libio.
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