Cataluña no es un país... aún
Cataluña no es un país... aún. Lo diga quien lo diga, incluso la chocante nota de prensa del Gobierno de Esperanza Aguirre. No lo es, pero lo quiere ser. O, al menos, quiere tener el derecho decidirlo, como demostró hace dos días la aprobación de la moción en el Parlament para realizar la consulta independentista el próximo 10 de abril. Y a mi, personalmente, me parece muy bien, asumiendo todas las consecuencias.
¿Qué quiere decir esto? Que en el mejor de los escenarios para los independentistas -el término 'nacionalista' no termina de encajarme-, el resultado del referéndum será a favor del desmembramiento de España con la separación de Cataluña. Y ahí habrá mucha tela que cortar. El profesor Caminal asegura que "sin una España democrática y federal, Cataluña no tiene otra salida positiva para sí misma que la independencia". Pues avanti, porque con el relevo político que se avecina en 2012 no se pueden albergar grandes esperanzas de federación.
En el peor de los escenarios, el referéndum dirá NO y entonces, la misma esencia, la razón de ser de los partidos independentistas como CiU, ERC, Solidaritat o ICV-EUiA se habrá esfumado. Y, siendo consecuentes, deberían autocuestionarse su existencia. Porque en esto de la autodeterminación, el político debe asumir que no se puede hacer campaña: el ciudadano o lo quiere o no lo quiere. Se le puede informar de lo que significa, de lo que en el día a día le puede suponer, pero nada más. Y si dice una vez NO, no habrá más discusión, del mismo modo que si dice SÍ, tampoco la habrá.
Precisamente si sucede ésto último, España debería plantearse seriamente que Cataluña deje de formar parte del país. A fin de cuentas, lo habría expresado la ciudadanía y la democracia es la expresión del pueblo. Pero la independencia tiene o, al menos, ha de tener un precio. Condiciones como la renuncia a la nacionalidad española, la salida de la Unión Europea y el arranque de los trámites para solicitar el ingreso si así lo desean. Esto implicaría que se acabó la libre circulación de bienes y personas, que no tendrían moneda propia, ni Costitución, ni Estatut válido. Eso significaría el pago de aranceles, cambios bruscos en las cuentas de resultados de muchas empresas -grandes, pymes y autónomos-... Adiós al Barça en la Liga.
Todo un complejo proceso en el que, en ocasiones, el ciudadano de a pie no repara. Y, con todo, si el referéndum determinara el deseo del pueblo catalán a convertirse en país, creo que debería hacerlo. Un proceso que implica muchísimas reformas legislativas, económicas, jurídicas... y que, la verdad, no sé el tiempo durante el que se habría de prolongar ni las fases de las que debiera constar... El menor posible, claro está, aún a riesgo de años complicados para los ciudadanos del nuevo país Cataluña, pero sus principios lo valen, ¿o no?
¿Qué quiere decir esto? Que en el mejor de los escenarios para los independentistas -el término 'nacionalista' no termina de encajarme-, el resultado del referéndum será a favor del desmembramiento de España con la separación de Cataluña. Y ahí habrá mucha tela que cortar. El profesor Caminal asegura que "sin una España democrática y federal, Cataluña no tiene otra salida positiva para sí misma que la independencia". Pues avanti, porque con el relevo político que se avecina en 2012 no se pueden albergar grandes esperanzas de federación.
En el peor de los escenarios, el referéndum dirá NO y entonces, la misma esencia, la razón de ser de los partidos independentistas como CiU, ERC, Solidaritat o ICV-EUiA se habrá esfumado. Y, siendo consecuentes, deberían autocuestionarse su existencia. Porque en esto de la autodeterminación, el político debe asumir que no se puede hacer campaña: el ciudadano o lo quiere o no lo quiere. Se le puede informar de lo que significa, de lo que en el día a día le puede suponer, pero nada más. Y si dice una vez NO, no habrá más discusión, del mismo modo que si dice SÍ, tampoco la habrá.
Precisamente si sucede ésto último, España debería plantearse seriamente que Cataluña deje de formar parte del país. A fin de cuentas, lo habría expresado la ciudadanía y la democracia es la expresión del pueblo. Pero la independencia tiene o, al menos, ha de tener un precio. Condiciones como la renuncia a la nacionalidad española, la salida de la Unión Europea y el arranque de los trámites para solicitar el ingreso si así lo desean. Esto implicaría que se acabó la libre circulación de bienes y personas, que no tendrían moneda propia, ni Costitución, ni Estatut válido. Eso significaría el pago de aranceles, cambios bruscos en las cuentas de resultados de muchas empresas -grandes, pymes y autónomos-... Adiós al Barça en la Liga.
Todo un complejo proceso en el que, en ocasiones, el ciudadano de a pie no repara. Y, con todo, si el referéndum determinara el deseo del pueblo catalán a convertirse en país, creo que debería hacerlo. Un proceso que implica muchísimas reformas legislativas, económicas, jurídicas... y que, la verdad, no sé el tiempo durante el que se habría de prolongar ni las fases de las que debiera constar... El menor posible, claro está, aún a riesgo de años complicados para los ciudadanos del nuevo país Cataluña, pero sus principios lo valen, ¿o no?
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