Los Borbones y su venda en los ojos

Hoy he leído estupefacto cómo algunos sectores se sienten tremendamente preocupados ante la posibilidad de que el rey sea abucheado en la final de la Copa de fútbol que lleva su nombre. No sería la primera vez, puesto que ya ha sucedido en sendas finales tanto de fútbol como de baloncesto, con retransmisiones televisivas manipuladas incluidas. Al parecer, la respuesta de la  Real Federación Española de Fútbol (RFEF) ha sido montar un sistema de megafonía de 100.000 vatios que tape los abucheos.

¿Me lo parece a mi o, sencillamente, es una negación de la realidad? Los defensores del monarca lamentan que se mezcle política y deporte, pero se equivocan. Eso, en realidad, no es malo, lo que realmente lamentan es que el fútbol reúne a lo más heterogéneo de la sociedad: ricos y pobres, ruines y honrados, hombres y mujeres, con trabajo y en paro... monárquicos y republicanos... Por lo que una pitada semejante al Borbón sería poco menos que una expresión del sentir popular.

Hace unos días y con motivo del aniversario de la República, el diario El Mundo realizó una encuesta a través de Twitter -sin ningún rigor científico, por supuesto- y los resultados fueron claros: no se quiere al monarca. Y no es para menos, pues en pleno siglo XXI una monarquía se presenta como un enemigo de la democracia. ¿O puede haber algo más antidemocrático que el jefe de Estado sea un tipo sólo por llevar un apellido, sin que cuente en absoluto la opinión de su pueblo? Del pueblo que le paga, bien pagado por cierto, e, incluso que le regala... como su famosa cinta de correr de 14.000 euros. ¡Qué desfachatez! Deberían aceptar la realidad, quitarse la venda de los ojos y plantearse, honradamente, si esta España quiere una monarquía. Lo honesto sería elevar la consulta al pueblo, quizás, en forma de referendum.

Griten, amigos, griten todo lo que puedan en Mestalla, salvo que piensen que el Borbón nos resultará clave para salir de esta crisis, nos aportará soluciones y nos llevará, a los que no somos élite, a una condición de vida mejor.
Griten hasta desgañitarse.