La prolongación de lo temporal
Cada año que pasa, más convencido estoy que un campo de refugiados no hace más que prolongar un conflicto. Por tercer año consecutivo disfruto, colaboro y comparto en FiSahara y el sabor que queda en la boca es sin duda agridulce. Alegría por ver cómo la carretera ha llegado finalmente hasta Dajla, cubriendo los cerca de 150 kilómetros que nos separan de Tinduf; alegría por comprobar cómo la cobertura de telefonía móvil ha aumentado considerablemente. Y tristeza, porque aunque en ambos casos son hechos que ayudan a facilitar la vida en el desierto más duro sobre la faz de la Tierra, al mismo tiempo, también perpetúan en el tiempo algo que tendría que ser temporal. Ya son 35 años los que han pasado desde que el pueblo saharaui fue desterrado a este inhóspito rincón del mundo y la Comunidad Internacional sigue ignorando la situación.
Madrugar una mañana y caminar hasta el centro del campamento supone una bofetada de realidad que hace sentir a uno como el más solitario del mundo. El único, de hecho. Vienen a la mente imágenes de películas catastrofistas, tipo Mad Max, porque el panorama es desolador. Antes de cruzarte con un alma, te cruzarás con alguna cabra persiguiendo una bolsa de plástico que llevarse a la boca o un redil de camellos. Poco más. Neumáticos, muchos, clavados en la arena, ayudando a delimitar calles o parcelas. Y es entonces cuando uno piensa cómo será la realidad, el día a día de una persona, viviendo de este modo durante 35 años. Y, si es que nos queda algo, se nos cae el alma a los pies.
Y es entonces cuando el pacifismo, la calma y la sabiduría saharauis cobran forman, se dimensionan. Cualquier occidental por una décima parte de lo que padece este pueblo habría ido ya a las armas. Yo mismo, lo admito, habría preferido morir en el intento, en la búsqueda de mi libertad que vivir en estas condiciones inhumanas. Pero el saharaui no, en absoluto, por mucho que los más jóvenes comiencen a dar signos de cansancio y quieran rebelarse. La paciencia del saharaui es tan infinita como el amor a su tierra, a los suyos, hasta el punto de que mujeres saharauis que tienen su residencia permanente en España acuden a los campamentos cuando es hora de dar alud.
¡Qué diferente sería el mundo que hoy conocemos padecemos, si compartiéramos más valores saharauis! Capaces, incluso, de perdonar una traición como la cometida por España en 1975. Nos creemos superiores en Occidente y, en realidad, estamos a años luz de los saharauis, como sociedad, como pueblo. Nuestros avances tecnológicos y científicos, en lugar de acercarnos, nos alejan cada día un poquito más de la realidad. En nuestra mano está cambiarlo y la prueba viviente de ello es el pueblo saharaui.
Ell@s deberían ser nuestros ojos, nuestra luz en el camino... A ell@s: GRACIAS POR SER!
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