Robespierre y los toros

Casi dos años después de que se votara en el Parlament que la 'fiesta' de los toros dejará de ser legal en Cataluña, por fin ha llegado a su fin. Este fin de semana se celebra la última corrida en la Monumental de Barcelona habiéndose desencadenado la misma sinrazón que sirve para justificar esta tortura animal: si hace dos días la reventa de entradas para ver a José Tomás alcanzaba los 500 euros, hoy ya supera los 1.500.

Y la abolición de esta tortura animal en Cataluña es una muy buena noticia, que debería servir de ejemplo para el resto del país. Sin embargo, encontramos la oposición, fundamentalmente, de los sectores más conservadores, tanto de la sociedad como de la política. Desde Esperanza Aguirre, que ha blindado el espectáculo en Madrid para que no pueda abolirse como en Cataluña, al mismo Borbón. Y es que el rey, como producto caduco y del pasado que es -chocando con el principio más básico de la democracia moderna- está 'obligado' a defender un espectáculo tan pretérito como él.

Y en este punto nos encontramos ante un debate absurdo, que volverá a aflorar en un futuro con los recursos presentados por quienes se forran a costa de los toros: el del antiespañolismo catalán que elimina los toros para reafirmar la identidad de Cataluña. Tonterías, al menos en el sentir popular, que ve en esta fiesta un obsceno espectáculo impropio de una sociedad civilizada. Como tonterías son, asimismo, las comparaciones con el sufrimiento animal en los mataderos. Como tonterías son las comparaciones del otro lado, esas que buscan equivalencias con tirar cabras desde los campanarios.

¿Volverán los toros en Cataluña con el regreso del PP al poder? Es posible, porque, como mencioné anteriormente, los máximos defensores del 'tortura nacional' son los sectores más conservadores, esos con nichos llenos de paradojas, como la de defender la pena de muerte al mismo tiempo que se declaran pro-vida.

Pues allá va una reflexión muy a tener en cuenta: imponer de nuevo los toros sería una regresión al pasado, y puestos a tomar viejas prácticas sociales y considerando los malos tiempos de recortes sociales que se avecinan, retomemos otra de esas prácticas pretéritas: la que nos mostró Robespierre, marcándoles a los políticos el camino hacia el cadalso.