Los tres fracasos de las elecciones autonómicas

Tras las elecciones autonómicas en Galicia y País Vasco, son varias las reflexiones que podemos llevar a cabo, que ilustran tres clamorosos fracasos. La primera de ellas, que la representatividad ciudadana ha vuelto ha quedar distorsionada gracias a una ley electoral injusta. De otro modo, no se explica que, por ejemplo en Galicia, el PP aumente el número de escaños a pesar de haber perdido casi 140.000 votos. Que nadie le engañe con reglas de tres y teorías de circunscripciones: es tan crudo como eso, con menos votos, más escaños. Por seguir con Galicia, allí al PP cada diputado le cuesta 15.900 votos, al PSOE 16.300 y a AGE (IU) 22.300.

El segundo de los fracasos es el de los políticos. Ayer fracasaron todos, incluso PP y PNV que se alzaron con la victoria. Así lo reflejan los niveles de abstención (más de un 36% en Galicia y un más de un 34% en País Vasco). Es cierto que en ninguno de los dos casos la abstención ha crecido más que en 2009, pero si uno mira al otro lado del charco, en donde en el Cono Sur la participación nunca baja del 80%, no puede evitar sentir cierta envidia.

El tercero de los fracasos es el del PSOE, que sufre sendos descalabros en las dos Comunidades Autónomas, lo que debiera ser un toque de atención para Rubalcaba. Si el que fuera candidato Alfredo veía en las elecciones gallegas un examen para Rajoy -que, por cierto, ha aprobado, me temo-, para él también suponían toda una reválida que, en ambos casos, ha suspendido. La debacle ha sido de aúpa, incluso, en el País Vasco, donde se esperaba la victoria de PNV, la marcada subida de Bildu y el retroceso de PSOE... pero no un retroceso tan acusado.

El PP también ha recibido un doble recado en Euskadi: en primer lugar, que cada día se le quiere menos por allí y, en segundo, que a Bildu se la quiere más. Tras estas elecciones, negar la realidad de Bildu y el apoyo social que tiene, aunque escueza, es negar la realidad. Claro, que en cuestión de negar la realidad, si pensábamos que Rodrígueza Zapatero era una crack, en estos ocho meses de legislatura hemos descubierto que Rajoy le supera: no sólo la niega sino que la oculta, incluso, creando leyes para ello.