La mopa y el periodismo
El hecho de que la Prensa sea el segundo sector -tras la Construcción- en el que más empleo se ha destruido en esta crisis estafa da una imagen muy
clara de cómo está el oficio. En los últimos tiempos se han cerrado más
de 200 medios y la sangría continúa día a día. Con todo, el periodismo no debe morir.
¿Quién dijo que ya no hay empresarios que apuesten por el periodismo? ¿Quién juraba y perjuraba que era imposible conseguir financiación para poder llevar a cabo un proyecto de prensa? Yo lo he conseguido, su nombre es Stacey P., vive en Londres y gracias a su dinero puedo continuar con mi carrera periodística.
El periodismo está tocado, no cabe duda, bien por la progresiva desaparición de medios, por el despido de magníficos profesionales o, en muchos casos, porque los que conservan el empleo lo hacen al someter sus informaciones al dictado de los intereses económicos -aquí también entran los políticos- de sus editoras. Sin embargo, debemos alejarnos de las perspectivas más catastrofistas. A fin de cuentas, el buen periodismo es un servicio público, es un pilar de cualquier Democracia al retratar realidades que otros quieren ocultar y ha de sobrevivir.
La verdad es que no sé si Stacey P. comparte esa visión. No sé si compra habitualmente el periódico, si es una lectora crítica que aprecia los buenos reportajes, las entrevistas incisivas o, por el contrario, se inclina más por si Sara Carbonero se ha cambiado de peinado. Lo único que sé es que es una empresaria autónoma y yo, su nuevo cristalero.
Stacey tiene un negocio de limpieza, de deep cleaning, como llaman por aquí. Es una de esas empresas que trabajan normalmente con las agencias inmobiliarias y dejan los apartamentos impolutos antes de la entrada de los nuevos inquilinos. Desde hace tiempo, tiene una lesión en la espalda que, a pesar de tener sólo 33 años, le impide hacer las tareas más duras. "Pero hay que comer y hay que continuar", debió de pensar, y se cruzaron nuestros caminos, compartiendo ese mismo pensamiento.
Stacey me ha dado la oportunidad de trabajar unas cuantas horas a la semana y así poder contar con unos ingresos extra para poder llegar a fin de mes, poder complementar lo que el periodismo hace meses que no logra. Ella ha hecho posible que pueda seguir escribiendo, que pueda continuar con lo que toda mi vida he sentido como una vocación que, lógicamente, podré hacer mejor o peor, pero siempre con honestidad, que ya es más de lo que muchos pueden afirmar.
Gracias a esta londoner puedo continuar informando de otro modo, contando historias que no siempre salen a la luz, como las denuncias de explotación a Calvo, el lado oscuro de la ayuda a la Cooperación, la entrañable historia de las Chicas Bravas de México o lo que realmente está sucediendo en la guerra de Malí. Historias que publico en medios, cada vez más reacios con justificaciones como "nos interesa pero no tenemos dinero", "eso ya lo cogemos de agencia" o "eso lo podemos hacer desde aquí" -y de hecho, a veces se apropian de la propuesta y la desarrollan-; o que comparto en Posos de Anarquía.
Llevo en mis venas el veneno de este oficio y por más zancadillas que me pongan no pienso abandonarlo. Así ha sido toda mi vida, marchándome de trabajos por una sencilla cuestión de principios, aunque lo hiciera sin alternativa, como cuando aun estando en la universidad dimití de la sudirección de Deportes en Diario de Alcalá porque detestaba su política de becarios gratis trabajando como un redactor normal y, cuando hubo oportunidad de pagarnos -en verano-, ni siquiera repartieron todo el dinero previsto; o, mucho tiempo después, cuando dejé seis años felices en Computing porque mi director había decidido que la publicidad era mucho más importante que ser fieles a la verdad.
Han pasado más de 15 años desde que empecé en esto y siento aún más ganas de seguir contando historias que cuando salí de la Complutense, de seguir pegado a la realidad y retratarla para quienes no la conocen. Y es que si de algo no me pueden acusar es de alejarme de esa realidad: en los dos últimos años he emigrado, me han desahuciado y he sido víctima de un concurso de acreedores que me adeduda miles de euros desde hace más de un año, con el olvido de algunos de mis compañeros sólo porque ellos estaban en nómina y yo era freelance.
A pesar de todo, me niego a tirar la toalla, es más, cojo la mopa si es necesario y continúo con lo que ha sido toda mi vida: la profesión que a veces pienso -con esa visión romántica y a la vez tontorrona- que me eligió a mí más que yo a ella y, precisamente por ello, debo honrarla y no defraudarla. Y así, a unos días de cumplir los 37 años, me niego a abandonarla, a romper este amor a primera vista. Prefiero un trabajo por horas, mal pagado pero que me permita seguir escribiendo con las horas que cada día le robo al sueño desde las 6 de la mañana en pie, que un empleo a jornada completa que me aleje del oficio. Éste no es un planteamiento victimista ni llorón; al contrario, se trata de un ramalazo orgulloso por llevar hasta las últimas consecuencias lo que uno cree.
Ignoro si es o no la decisión correcta, pero es mi vida y ni siquiera el órdago del capitalismo depredador que nos amenaza desde los Gobiernos y las empresas podrá escribir mi camino. Más bien al contrario y quizás, con un poco de fortuna, lo que hago con la mopa en el suelo, sea lo que haga con mis textos en esos Gobiernos, en esas empresas.
¿Quién dijo que ya no hay empresarios que apuesten por el periodismo? ¿Quién juraba y perjuraba que era imposible conseguir financiación para poder llevar a cabo un proyecto de prensa? Yo lo he conseguido, su nombre es Stacey P., vive en Londres y gracias a su dinero puedo continuar con mi carrera periodística.
El periodismo está tocado, no cabe duda, bien por la progresiva desaparición de medios, por el despido de magníficos profesionales o, en muchos casos, porque los que conservan el empleo lo hacen al someter sus informaciones al dictado de los intereses económicos -aquí también entran los políticos- de sus editoras. Sin embargo, debemos alejarnos de las perspectivas más catastrofistas. A fin de cuentas, el buen periodismo es un servicio público, es un pilar de cualquier Democracia al retratar realidades que otros quieren ocultar y ha de sobrevivir.
La verdad es que no sé si Stacey P. comparte esa visión. No sé si compra habitualmente el periódico, si es una lectora crítica que aprecia los buenos reportajes, las entrevistas incisivas o, por el contrario, se inclina más por si Sara Carbonero se ha cambiado de peinado. Lo único que sé es que es una empresaria autónoma y yo, su nuevo cristalero.
Stacey tiene un negocio de limpieza, de deep cleaning, como llaman por aquí. Es una de esas empresas que trabajan normalmente con las agencias inmobiliarias y dejan los apartamentos impolutos antes de la entrada de los nuevos inquilinos. Desde hace tiempo, tiene una lesión en la espalda que, a pesar de tener sólo 33 años, le impide hacer las tareas más duras. "Pero hay que comer y hay que continuar", debió de pensar, y se cruzaron nuestros caminos, compartiendo ese mismo pensamiento.
Stacey me ha dado la oportunidad de trabajar unas cuantas horas a la semana y así poder contar con unos ingresos extra para poder llegar a fin de mes, poder complementar lo que el periodismo hace meses que no logra. Ella ha hecho posible que pueda seguir escribiendo, que pueda continuar con lo que toda mi vida he sentido como una vocación que, lógicamente, podré hacer mejor o peor, pero siempre con honestidad, que ya es más de lo que muchos pueden afirmar.
Gracias a esta londoner puedo continuar informando de otro modo, contando historias que no siempre salen a la luz, como las denuncias de explotación a Calvo, el lado oscuro de la ayuda a la Cooperación, la entrañable historia de las Chicas Bravas de México o lo que realmente está sucediendo en la guerra de Malí. Historias que publico en medios, cada vez más reacios con justificaciones como "nos interesa pero no tenemos dinero", "eso ya lo cogemos de agencia" o "eso lo podemos hacer desde aquí" -y de hecho, a veces se apropian de la propuesta y la desarrollan-; o que comparto en Posos de Anarquía.
Llevo en mis venas el veneno de este oficio y por más zancadillas que me pongan no pienso abandonarlo. Así ha sido toda mi vida, marchándome de trabajos por una sencilla cuestión de principios, aunque lo hiciera sin alternativa, como cuando aun estando en la universidad dimití de la sudirección de Deportes en Diario de Alcalá porque detestaba su política de becarios gratis trabajando como un redactor normal y, cuando hubo oportunidad de pagarnos -en verano-, ni siquiera repartieron todo el dinero previsto; o, mucho tiempo después, cuando dejé seis años felices en Computing porque mi director había decidido que la publicidad era mucho más importante que ser fieles a la verdad.
Han pasado más de 15 años desde que empecé en esto y siento aún más ganas de seguir contando historias que cuando salí de la Complutense, de seguir pegado a la realidad y retratarla para quienes no la conocen. Y es que si de algo no me pueden acusar es de alejarme de esa realidad: en los dos últimos años he emigrado, me han desahuciado y he sido víctima de un concurso de acreedores que me adeduda miles de euros desde hace más de un año, con el olvido de algunos de mis compañeros sólo porque ellos estaban en nómina y yo era freelance.
A pesar de todo, me niego a tirar la toalla, es más, cojo la mopa si es necesario y continúo con lo que ha sido toda mi vida: la profesión que a veces pienso -con esa visión romántica y a la vez tontorrona- que me eligió a mí más que yo a ella y, precisamente por ello, debo honrarla y no defraudarla. Y así, a unos días de cumplir los 37 años, me niego a abandonarla, a romper este amor a primera vista. Prefiero un trabajo por horas, mal pagado pero que me permita seguir escribiendo con las horas que cada día le robo al sueño desde las 6 de la mañana en pie, que un empleo a jornada completa que me aleje del oficio. Éste no es un planteamiento victimista ni llorón; al contrario, se trata de un ramalazo orgulloso por llevar hasta las últimas consecuencias lo que uno cree.
Ignoro si es o no la decisión correcta, pero es mi vida y ni siquiera el órdago del capitalismo depredador que nos amenaza desde los Gobiernos y las empresas podrá escribir mi camino. Más bien al contrario y quizás, con un poco de fortuna, lo que hago con la mopa en el suelo, sea lo que haga con mis textos en esos Gobiernos, en esas empresas.
Chapeau!
ResponderEliminarEn fin, no quiero volver con el rollo de cada, puta vez, que escribes algo, te acaricio el lomo pero me lo pones muy difícil... Impasible. Por ese motivo, solo se me ocurre calificarte de una manera, "fucked fucking master, si, jodido Puto amo...Jabato.
ResponderEliminarComparto una a una todas las líneas de este articulo. A pesar de la que cae, debemos seguir luchando (de la manera que sea y como sea) por defender esta profesión que a algunos se nos ha metido tan dentro que nos es imposible arrancárnosla. Aunque haya que robarle horas al sueño y coger la mopa si es necesario. Un abrazo
ResponderEliminar¡Ánimo, sigue en la lucha!
ResponderEliminar¡Muy bien! Tu manera de escribir, de pensar y de sentir es una auténtica lección de honestidad de la que deberían aprender tantos y tantos sinvergüenzas que nos rodean. Sigue así. Luz
ResponderEliminarAnimo espitoso.
ResponderEliminar¿En qué época estuviste en el Diario? Soy también un exdiarista
ResponderEliminarMuchas gracias a todos por vuestro apoyo.
EliminarIldefonso, estuve a finales de los 90.
Saludos
Pues encantado de leerte David. Compartimos entonces dimes y diretes con Carrascos, Naranjos y otros etcéteras. Cuídate.
EliminarCHAPEU. Gran artículo.
ResponderEliminarEso es dignidad y lo demás son tonterías!! Yo también soy miembro del éxodo periodístico a UK y comparto cada una de las líneas. Y me niego a dejar de escribir! Un saludo afectuoso!
ResponderEliminarTe conozco desde hace años, y no has cambiado, qué palabras!!!, qué verdad tan grande!!!. Siempre has sido un espejo en el que reflejarme, por tu entrega, tu lucha, y tu amor a esa, tu profesión, que pude ver con mis propios ojos como empezaste a amar...hace mucho tiempo. Es cierto, el periodismo (de verdad) está hundiéndose, pero sé que hay gente como tú que jamás abandonará, que seguirá escribiendo y poniendo en su boca palabras que todos compartimos y no somos capaces de transmitir como tú. Sigue asi!!!
ResponderEliminarUn besazo enorme
Mil gracias por esas palabras. Yo creo que transmites muy bien ;D
EliminarPor cosas así, jamás abandonaré.
Beso gordo!