Ni debate, ni estado ni nación
(EFE) |
El Congreso de los Diputados hace mucho tiempo que dejó de tener nobleza para la ciudadanía. Cuando no aparece medio vacío porque, según dicen sus señorías, siguen los plenos desde sus despachos, los abucheos y aplausos circenses de los diputados terminan por dar a la Cámara ese tono pueril, de aficionados en un país plagado de políticos (supuestamente) profesionales.
Y ahora, con la interminable lista de problemas derivados del sistema capitalista que llevamos décadas abrazando y que desde Europa se nos sigue imponiendo, hay que sumar la lacra de la corrupción que parece salpicar a la práctica totalidad de las fuerzas políticas. Lo más triste de todo, es que apesar de la batería de medidas anticorrupción que barruntan los partidos oficialistas que traerá consigo Rajoy, no se atacará a la raíz del problema, que es el mismo sistema, ese cuyo objetivo final es amasar cuanta más riqueza mejor, aunque para ello haya que bordear sino traspasar la legalidad. No habrá ni verdadero debate, ni estado ni nación.
Atacar de veras la corrupción implicaría desmontar los partidos políticos y las empresas del IBEX 35, supondría la dimisión del actual Ejecutivo, por acción o por omisión, y meterle mano a la Constitución de una vez por todas. La regeneración que precisa España va mucho más allá de darle la vuelta a las cifras del paro o de los desahucios y, desde luego, mucho más allá de las reformas del Gobierno del PP que no están más que empeorando la situación tal y como revelan todas las estadísticas.
Si Rajoy quiere dar de verdad un golpe de efecto en el debate debería anunciar una asamblea constituyente y la modificación de la actual ley electoral. Esas dos acciones harían más por España que los 14 meses de Gobierno que ya tiene a sus espaldas, pero todos sabemos que no lo hará, ni él ni el principal partido de la oposición (PSOE) porque ello significaría borrarse del mapa, significaría que pagaran por sus pecados.
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