Trabajar en Europa es ser explotado como en casa
Este fin de semana no sólo toda Europa, sino otros rincones del mundo como Montevideo o Río de Jainero -gracias a la Marea Granate- han protestado contra lo que ya se ha denominado el 'austericidio' de la Unión Europa, en relación a las asfixiantes medidas de austeridad en contra de los ciudadanos. Las protestas han sido convenientemente silenciadas o menospreciadas por los medios afines al régimen -incluida la TV pública- pero la realidad es que ha supuesto una nueva amenaza para el genocidio social que están llevando a cabo gobiernos como el del PP. Y ello, a pesar de las amenazas veladas de Dolores de Cospedal, con su despreciable "si ya sabemos lo que son. Si ya sabemos los que son".
Mientras los focos de protesta se multiplican, alumbrándose incluso mareas de los emigrados que ya conforman un colectivo más, el PP pretende aparecerse como si encajara estas masivas manifestaciones con absoluta calma. No es así, ni mucho menos, pues desde que Rajoy llegó a la Moncloa con un puñado de mentiras electorales han cambiado muchas cosas. Las protestas que desde Génova esperaban que fueran calmándose, han ido incrementándose, diversificándose y tocando a todos segmentos de la sociedad.
Los últimos en apuntarse no han sido los emigrados, pues éstos ya venían protestando desde hace dos años, pero la Marea Granate los ha unificado, ha tendido el hilo conductor que canaliza sus acciones internacionalmente. Nótese que empleo el término 'emigrados' y no 'emigrantes' porque mientras éstos abandonan el país voluntariamente, el emigrado lo hace obligado por circunstancias políticas y, en cierto modo, eso es lo que les ha sucedido. Las reformas políticas e ideológicas del PP que han tirado por tierra el Estado del Bienestar han expulsado literalmente a miles de españoles fuera de su país. Algo que se palpa, incluso, en propuestas como las del Banco de España de pagar sueldos por debajo del salario mínimo interprofesional.
Y en esta circunstancia resulta grotesco que Esteban González Pons se atreva a decir que "trabajar en la Unión Europea es trabajar en casa". En primer lugar, servir en casa del vecino nunca será trabajar en casa. Nunca. Eso lo saben muy bien quienes han tenido que pasar el mal trago de tener que dejar su hogar, a sus seres queridos, a todo por lo que había luchado durante una vida, por malvivir en otro país cuya cultura poco o nada tiene que ver con la suya. Pero claro, un tipo como González Pons no tiene ni pajolera idea de qué demonios es eso.
Europa no es casa y precisamente por eso el Gobierno no pide que las inversiones extranjeras vengan a Europa, sino a España. ¿O acaso el deleznable Eurovegas le habría interesado a Esperanza Aguirre si se hubiera levantado en París o Berlín?
Asimismo, el término trabajar resulta casi insultante en boca de González Pons, el mismo de los 3,5 millones de empleos. Más aún considerando que gracias a la conquista de Europa por parte del neoliberalismo la explotación se ha hecho legal y empresarios ruines ofrecen trabajos en condiciones precarias, con sueldos con los que resulta imposible vivir de un modo digno mientras ellos, sólo en el caso español, ocultan al menos 550.000 millones de euros en los centros financieros internacionales opacos o de nula tributación, esto es, en paraísos fiscales.
Así pues, trabajar en Europa es ser explotado como en casa.
Mientras los focos de protesta se multiplican, alumbrándose incluso mareas de los emigrados que ya conforman un colectivo más, el PP pretende aparecerse como si encajara estas masivas manifestaciones con absoluta calma. No es así, ni mucho menos, pues desde que Rajoy llegó a la Moncloa con un puñado de mentiras electorales han cambiado muchas cosas. Las protestas que desde Génova esperaban que fueran calmándose, han ido incrementándose, diversificándose y tocando a todos segmentos de la sociedad.
Los últimos en apuntarse no han sido los emigrados, pues éstos ya venían protestando desde hace dos años, pero la Marea Granate los ha unificado, ha tendido el hilo conductor que canaliza sus acciones internacionalmente. Nótese que empleo el término 'emigrados' y no 'emigrantes' porque mientras éstos abandonan el país voluntariamente, el emigrado lo hace obligado por circunstancias políticas y, en cierto modo, eso es lo que les ha sucedido. Las reformas políticas e ideológicas del PP que han tirado por tierra el Estado del Bienestar han expulsado literalmente a miles de españoles fuera de su país. Algo que se palpa, incluso, en propuestas como las del Banco de España de pagar sueldos por debajo del salario mínimo interprofesional.
Y en esta circunstancia resulta grotesco que Esteban González Pons se atreva a decir que "trabajar en la Unión Europea es trabajar en casa". En primer lugar, servir en casa del vecino nunca será trabajar en casa. Nunca. Eso lo saben muy bien quienes han tenido que pasar el mal trago de tener que dejar su hogar, a sus seres queridos, a todo por lo que había luchado durante una vida, por malvivir en otro país cuya cultura poco o nada tiene que ver con la suya. Pero claro, un tipo como González Pons no tiene ni pajolera idea de qué demonios es eso.
Europa no es casa y precisamente por eso el Gobierno no pide que las inversiones extranjeras vengan a Europa, sino a España. ¿O acaso el deleznable Eurovegas le habría interesado a Esperanza Aguirre si se hubiera levantado en París o Berlín?
Asimismo, el término trabajar resulta casi insultante en boca de González Pons, el mismo de los 3,5 millones de empleos. Más aún considerando que gracias a la conquista de Europa por parte del neoliberalismo la explotación se ha hecho legal y empresarios ruines ofrecen trabajos en condiciones precarias, con sueldos con los que resulta imposible vivir de un modo digno mientras ellos, sólo en el caso español, ocultan al menos 550.000 millones de euros en los centros financieros internacionales opacos o de nula tributación, esto es, en paraísos fiscales.
Así pues, trabajar en Europa es ser explotado como en casa.
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