La chaladura del cine en el Sáhara


La noche está en calma en Dajla, el campamento de refugiados saharaui más alejado de todos, en mitad de la hamada, la más absoluta nada. El siroco de la tarde se ha apagado y la pantalla del desierto, un armazón con planchas pintadas de blanco amarrado al remolque de un tráiler, está abarrotada. Las caras boquiabiertas de los más pequeños están iluminadas por el reflejo de la pantalla, donde se proyecta Entrelobos, la película de Gerardo Olivares basada en la historia real de un niño criado por una manada de lobos en una sierra andaluza. Una historia que a los más viejos del lugar trae a la memoria la leyenda saharaui de Hadara, el niño perdido en mitad del desierto que sobrevivió 15 años gracias a los cuidados de las avestruces.

Termina la proyección y poco a poco se va levantando la chavalería, ahora sólo iluminados por una luna casi llena y un cielo cuajado de estrellas perfecto. Marchan a sus jaimas, dando brincos, jugando entre ellos y aullando como los lobos que muchos de ellos han visto por primera vez en su vida en la película. La felicidad de sus rostros con esas sonrisas melladas, esos ojos grandes, negros, llenos de vida en un desierto donde reina la muerte, es un auténtico tesoro y uno de los recuerdos más emotivos que guardo en la memoria del FiSahara.

Este Festival de Cine Internacional del Sáhara es una auténtica chaladura, un delicioso delirio que un puñado de locos puso en marcha hace diez años: organizar un festival de cine en un campamento de refugiados donde no hay agua, ni luz, ni infraestructuras, absolutamente nada que pueda hacer sencilla la labor de tamaña empresa, salvo la voluntad de hierro de quienes lo llevan a término.

José Taboada, Pepe como todo el mundo lo conoce, ha dado toda su vida por el pueblo saharaui y desde CEAS-Sáhara (Coordinadora Estatal de Asociaciones Solidarias con el Sáhara) decidió invitar al realizador peruano Javier Corcuera a pasar el fin de año de 2002 en un campamento de refugiados saharaui. Corcuera vivía momentos dulces entonces, con el éxito de su documental social La espalda del mundo en el que, entre otras, abordaba la dramática situación de los refugiados políticos kurdos de Turquía.

El plan original de Pepe era un documental, una cinta con la firma de Corcuera que mostrara al mundo la injusticia que lleva sufriendo durante décadas el pueblo saharaui, que sacudiera una bofetada de celuloide a la Comunidad Internacional y agitara conciencias dormidas. Pero el director peruano, que como todo genio guarda siempre en la recámara una extravagancia, pensó a lo grande y propuso organizar un festival de cine.

Sidahmed Derbali, subdelegado del Frente Polisario en Madrid, me contaba en una ocasión la que se ha convertido ya en mítica reunión para quienes hemos tenido el privilegio de formar parte de la familia de FiSahara: un bar de Atocha, en Madrid, fue testigo del arranque de esta adorable chifladura con Abdullah Arabi, delegado del Frente Polisario en Madrid, José Taboada y Javier Corcuera. “Que sí, que no, que no hay dinero, que no hace falta tanto”... un debate contra lo imposible, una lucha donde la ilusión hizo claudicar al conjunto de adversidades que se cernían sobre el proyecto. Ilusión y, como recuerda Corcuera, “el apoyo de festivales como el de Cine Independiente de Ourense y, sobre todo, de uno de los productores del Festimad [Festival musical en Madrid].

Así, en el mes de noviembre de 2003 arrancaría la primera edición de FiSahara, en el campamento de Smara, donde las celebridades que acudieron en apoyo a la causa saharaui cambiaron de buen agrado el glamour de la alfombra roja de otros certámenes por el calor humilde de la alfombra de las jaimas saharauis en las que durante una semana sería huéspedes de las familias.

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Proyección de 'Agora' en la Pantalla del Desierto de FiSahara (D.B.)
FiSahara siempre tuvo un carácter itinerante, saltando en cada edición de campamento de refugiados en campamento, hasta que en 2007 se asentó definitivamente en Dajla. Este festival se autodefine como no competitivo, solidario y de convivencia por el hecho de que todos, tanto las estrellas de cine que acuden, como el equipo de producción, la prensa o los espectadores se alojan con las familias saharauis. Como metáfora de ese espíritu, el premio a la película que el jurado popular elige como ganadora: una camella blanca –símbolo de paz- que el galardonado regala a la familia con la que se ha hospedado.

Una iniciativa a la que las productoras prestan las películas y en la que tanto proyeccionistas, como subtituladores, traductores, técnicos de sonido y el resto del equipo de producción contribuyen de manera voluntaria, invirtiendo ingentes cantidades de tiempo, de ilusión y material para hacer un sueño realidad. Un sueño, por otro lado, imposible sin la participación de principio a fin, desde que se pare una nueva edición hasta que se clausura, de los propios saharauis.

FiSahara es mucho más que un festival y su aportación va mucho más allá de acercar la magia del cine a quienes no han salido jamás del desierto del Sáhara. Este proyecto trae consigo cultura, ayuda humanitaria y formación, sin olvidar su papel como altavoz de una de las mayores vergüenzas que tanto España como el resto de la Comunidad Internacional arrastran ya durante casi cuarenta años: el abandono del pueblo saharaui al libre albedrío marroquí, a cuyo rey –tanto al difunto Hassan II como ahora a Mohamed VI- no le tiembla la mano a la hora de violar los Derechos Humanos de los saharauis mientras sus socios europeos miran a otro lado al tiempo que extienden la mano por un puñado de dírhams.

“Para nosotros es muy importante que las personalidades que acuden al festival se conviertan en buenos embajadores de la causa saharaui, transmitiendo que detrás de todo hay niños, mujeres y hombres con nombres y apellidos, con sentimientos”, me contaba Sidahmed, con demasiados kilómetros ya a la espalda con tantas idas y venidas de España a Argelia. “Pero además”, añadía. “queremos crear una cultura cinematográfica y cultural en nuestros jóvenes de los campamentos e intentar formarles como futuros cineastas saharauis”.

Y precisamente por eso, desde aquella lejana primera edición de 2003, siempre se organizaron talleres de formación durante la semana del FiSahara. Unos talleres de fotografía, de guión, de imagen y sonido... que jamás habrían podido ver la luz de no ser porque quienes los imparten acuden desde toda España de manera voluntaria, aportando experiencia y material. Unos talleres que comenzaron a abrir la puerta a que, como me cuenta Corcuera, “los saharauis puedan construir su memoria, su historia”, porque lo paradójico del asunto es que en la última década, “los campamentos de refugiados saharauis han sido uno de los escenarios más rodados del mundo, pero nunca por los propios saharauis y ya va siendo hora de que lo sea”.

Y entonces, Corcuera volvió a chiflarse.

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“Si durante una semana de FiSahara llevamos años formando a los jóvenes saharauis en el mundo del cine, ¿por qué no completar como es debido esta capacitación?”. Un pensamiento que en cualquier otro no habría supuesto más que un fogonazo en la materia gris de su cabezota pero que en el caso de Corcuera se grabó como a fuego. Y nació un proyecto aún más loco si cabe que el FiSahara: La Escuela de Formación Audiovisual (E.F.A.) Abidin Kaid Saleh, en el Campamento 27 de Febrero, un proyecto de cooperación saharaui de extremo a extremo, donde su propia construcción fue llevada a cabo por saharauis y cuya autogestión ya es una realidad.

(D.B.)

Algo que a José Aparicio, el técnico de CEAS-Sáhara que redactó todo el proyecto, muchos le negaron, algo sobre lo que el propio Aparicio tuvo momentos de duda que poco a poco fueron disipándose entre otra razones, por el tesón de un tándem mixto: el profesor español Roberto Lázaro y el saharaui Omar Ahmed, los dos primeros directores de la Escuela de Cine.

Pocas personas se han vaciado tanto por dentro en este proyecto como Lázaro, que a punto de arrancar su andadura me contaba ilusionado que “tras dos años construyendo el edificio, ya tenemos el Plan de Estudios aprobado, también profesores y los alumnos aspirantes y ahora se inicia el gran reto: dotar de equipamiento a estas instalaciones. Estos son sin duda los momentos más difíciles”. Y vaya si lo fueron. Meses recorriendo productoras solicitando donaciones de equipos, yendo de colegio en colegio para recoger el mobiliario descartado por renovaciones del mismo, robando cada huequito posible en las caravanas de ONG que viajaban a los campamentos para poder trasladar todo lo conseguido...

La escuela, cuyo nombre rinde homenaje a Abidin Kaid Saleh (considerado el primer reportero del Frente Polisario), poco a poco fue viendo la luz, ofreciendo la posibilidad a unos 20 alumnos con edades comprendidas entre 18 a 25 años de recibir una alta calificación académica y artística en régimen de internado, pues los futuros cineastas llegaban de cualquiera de los campamentos de refugiados repartidos por Argelia. Todo ello “guiados por la esperanza de crear una cinematografía netamente saharaui”, apuntaba Omar Ahmed en días previos a su inauguración en 2011.

En cierto modo, es una apuesta por el cine de autodeterminación, por aquel Tercer Cine que definieron Octavio Getino y Fernando ‘Pino’ Solanas a finales de los 70, trasladando el concepto de descolonización al mundo de la cultura y, más concretamente, a la industria del cine. Una apuesta decidida por el “cine panfleto, cine didáctico, cine informe, cine ensayo, cine testimonial, toda forma militante de expresión” que relate al mundo la realidad saharaui contada al fin en primera persona.

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Lázaro mostrando la Escuela de Cine a Nora Navas, Carlos Bardem y José Manuel Seda (D.B.)
“Éste es sin lugar a dudas mi proyecto de futuro y para el cual espero estar a la altura”, me confesó Lázaro en una ocasión y los resultados demuestran que lo estuvo y la prueba de ello es gente como Ahmed ‘Chino’, un joven saharaui de 23 años que ya en su día se formó en un taller de FiSahara y que después pasó por la Escuela Abidin Kaid Saleh, para el que el cine se ha convertido en una sana obsesión. “Jamás podré estar lo suficientemente agradecido por todo lo que ha hecho gente como Roberto, Omar y todos los demás con esta escuela”, me cuenta emocionado.

Chino será uno de los que más disfruten con la edición del FiSahara de este año (del 8 al 13 de octubre), más volcado que nunca en los Derechos Humanos. No es para menos, presenta dos cortometrajes de los que se siente muy orgulloso, el primero de ellos, como todo cuanto parece rodear al nuevo cine saharaui, fruto de un disparate: rodar una película de vaqueros e indios en el Sáhara.


Corría el año 2012 y el colectivo artístico Left Hand Rotation fue invitado a Artifariti, los encuentros internacionales de arte en territorios liberados del Sáhara Occidental. En su mente tenían un único objetivo, tal y como me cuentan al recordarlo: “dar herramientas para la autorrepresentación” y, entonces, cómo una suerte de revelación, surgió la idea del western como género, el mismo que para algunos como el periodista Santiago Tarín “es el único género cinematográfico que consiguió escribir la historia en lugar de recrearla”.

“Era una especie de homenaje al Tercer Cine partiendo del cine hegemónico que es el western”, explica una de las participantes en Left Hand Rotation, “haciendo un paralelismo entre las dos luchas por el territorio que son la historia de EEUU y la del Sáhara Occidental, puesto que el western no deja der ser político para ocultar la historia del expolio y la expropiación de los colonos a los indios, como ahora de Marruecos al pueblo saharaui”. De hecho, el propio título es un juego de palabras entre Oeste-Occidental: Western Sahara, una visión western del Sáhara Occidental.

Bajo esta premisa de escapar del cine de entretenimiento y abrazar el de reivindicación, Left Hand Rotation invitó a un grupo de saharauis, entre los que se encontraba Chino, a embarcarse en este proyecto colectivo y de colaboración. “Al principio nos pareció un poco asombroso”, relata el joven saharaui, “pero cuando escuchamos la propuesta nos pareció una idea genial”.

En 20 días, el equipo consiguió terminar el corto que, en realidad, se montó como si se tratara del tráiler de un largometraje. “Todo el trabajo se realizó allí, incluso la edición”, explican desde el colectivo, “siempre intentado adaptarnos a ellos y no a la inversa”.

Chino cuenta cómo “todo lo hicimos en grupo, desde el guión al storyboard, al casting, todo, decidiendo que los buenos serían los indios, o sea, nosotros los saharauis, y los malos los vaqueros, en este caso los marroquíes”. Así se gestó el tráiler cuyo documental ya ha recorrido mundo, habiéndose proyectado en el último Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos de Buenos Aires (Argentina) o, más recientemente, en el festival ALCANCES (Muestra cinematográfica del Atlántico, Cádiz) y en la Cineteca de Matadero de Madrid.



“Ayudamos a que ellos mismos mediaticen el conflicto”, sostiene una de las promotoras de Left Hand Rotation, “porque más allá de su sensación de rechazo a Marruecos, son capaces de desplegar más y mejor la complejidad del conflicto”.

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Rodaje de 'Western Sahara' (Jan Bosowski/LFR)

Precisamente esta complejidad del conflicto es la que Chino ha querido llevar al segundo de sus cortometrajes que se proyectarán en FiSahara: Patria dividida. Se trata del relato de Ahmed Tarfi, “un joven que vive en los territorios ocupados y salta el muro levantado por Marruecos [que se extiende a lo largo de más de 2.700 kilómetros, 20 veces más que el muro de Berlín], para conocer a un amigo al que jamás ha visto, con el que sólo tiene contacto por internet”.

Chino explica que la cinta “describe la sociedad saharaui, el choque entre los mundos tan distintos de dos jóvenes de la misma edad que viven a cada lado del muro”. Muy orgulloso, este joven cineasta presume de haber rodado “la primera producción de ficción 100% saharaui”, puesto que muchos de los trabajos realizados hasta ahora eran proyectos documentales.

“Nos llevó cerca de un mes de rodaje, más otro mes de edición”, explica a la hora de describir el que se ha convertido en su proyecto de fin de estudios en la Escuela de Cine Abidin Kaid Saleh, en el que han participado dieciséis jóvenes. Un rodaje nada sencillo que, en palabras de Chino, “fue una constante lucha porque en nuestra cultura el cine sigue siendo una cosa nueva y cada vez que vas a rodar tienes que tener mucha paciencia hasta que consigues que la gente no se acerque a las cámaras, se ría, se cruce en el plano...”.

Chino en la sala de edición (LHR)
Pero si algo tiene el saharaui a gala es su infinita paciencia y Chino tampoco carece de ella, como tampoco le falta el hambre por seguir aprendiendo, por continuar su formación. ¿Te gustaría salir de los campamentos algún día?, le pregunto. “Sólo si es para seguir estudiando cine y terminar lo que he empezado, si es para otra cosa no”, responde... “salvo porque hayamos recuperado nuestra patria, claro”.

Entretanto, su actividad no cesa. Pronto comenzará el rodaje de un nuevo corto basado en el guión de un periodista de la radio en los campamentos y, después, “un videoclip de una española”. La clave, subraya, “es trabajar siempre en equipo”.

Todo ello a partir de la clausura del FiSahara, cuya celebración le mantiene en un estado de éxtasis por el hecho de que sus trabajos se proyecten delante de su pueblo. “Va a ser el plato fuerte del festival”, me cuenta con una sonrisa de oreja a oreja, “va a ser la bomba”.

Nota del autor: Es imposible referir la larga lista de personas gracias a las cuales proyectos tan extraordinarios como FiSahara o la Escuela de Cine Abidin Kaid Saleh son hoy una realidad. Confío que sepan perdonarme porque, a fin de cuentas, nunca buscaron ningún protagonismo, siempre supieron que ese sólo pertenece al pueblo saharaui. 

(Publicado en El Puercoespín, Octubre 2013)
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