Un peruano en Londres


La historia de Francisco, Pancho como le conocen sus amigos o Francis como le llaman quienes coinciden con él cada día en el trabajo, bien podría ser la de cualquier otro latino en Londres. Tras esa sonrisa imborrable que regala todas las mañanas a quien se cruza con él por los pasillos se ocultan mil y una vivencias que ni siquiera se pueden imaginar quienes le ven.

Bajo esos pasos de salsa que se marca con la fregona como compañera de baile, este peruano al borde de los 60 guarda para sí experiencias que inspiran cualquier sensación reñida con la alegría. Sin embargo, Pancho es una fuente inagotable de optimismo, de una alegría inusual a primera hora del día en la universidad donde limpia, donde los estudiantes que seguramente tienen muchos más motivos que él para sonreír le miran despectivamente como si estuviera como una regadera.

Ya ha llovido mucho desde aquel primer día en que Pancho decidió cruzar el charco y dejar atrás una vida, un hogar, y vivir el sueño europeo. “Acá tengo 13 años”, recuerda, cuando llegó con un visado de turista por seis meses con la firme intención de agotarlo y vivir en la más absoluta clandestinidad. “La hija de mi mujer –de un matrimonio anterior- ya vivía aquí con su marido, un peruano con pasaporte italiano”. Ellos marcaron la avanzadilla para que después aterrizara en Londres la mujer de Pancho y, un año después, él mismo.

El peruano no olvida lo duro que fueron los inicios, trabajando durante cinco años como ilegal. Ahora que el Gobierno conservador de David Cameron ha declarado una guerra abierta a la inmigración ilegal –con carteles ambulantes colgados en furgonetas anunciando por las barriadas a cuántos ilegales se ha detenido esa semana en la zona-, Pancho no puede evitar sentir un nudo en el estómago. “Yo sé lo que es eso, lo preocupante que es no saber por cuánto tiempo vas a continuar en el país”.

“Queríamos ir a España, pero aquí era donde estaba nuestra hija y por eso llegamos primero acá”, recuerda el inmigrante. “Luego nos planteamos cruzar a España por ferry, pero si nos pescaban ahí, nos agarraban el pescuezo y nos mandaban para Perú, así que le dije a mi mujer ‘mejor nos quedamos acá; más vale pájaro en mano que ciento volando’”. Y así fue cómo comenzaron a construir su vida en un país extraño.

 ****

(D.B.)
En su Perú natal, Pancho trabajaba en la Fábrica Nacional de Cerveza, aunque no siempre fue así. “De muchacho comencé como vendedor, repartiendo medicinas”, arranca la lista de empleos, “después trabajé en la Agencia de Aduanas y, posteriormente, ingresé en la Pilsen Callao”. ¿Pilsen Callao? “Sí, la mejor cerveza de Perú”, apunta orgulloso para justo después lamentar que la empresa quebrara “por la política de la misma familia. Adulteraron los productos químicos y se fue a la quiebra”. Y a partir de ahí, ya con 30 años, sus días pasaron a estar marcados por la noche detrás del volante de un taxi.

En Londres todo cambió y hace más de 13 años que entró en el sector de la limpieza, del que nunca más ha vuelto a salir. Entonces no había aparecido aún esta obsesión casi enfermiza por las redes sociales en internet, si bien es cierto que las redes existían, pero las físicas, las que ponen frente a frente a dos personas dispuestas a ayudarse bien por aquello del “hoy por ti, mañana por mí” o, sencillamente, por el placer de hacer bien a otro ser humano.

Éste último fue el caso de Pilar, una profesora de inglés española que se dedicaba a buscar trabajo para inmigrantes ilegales. “Lo que haya hecho no me interesa; lo que me interesa es que me ayudó a mí y a mucha gente como yo”, afirma rotundo Pancho, que gracias a ella estuvo limpiando en un colegio, de manera ilegal, durante cinco años.

“Nos conseguía trabajo con papeles prestados”, revela el peruano. El sistema resultaba muy sencillo, tan rudimentario que incluso cuesta creer que le pasara desapercibido a las autoridades pero, como remarca Pancho, “hablo de cerca de quince años atrás; ahora Inmigración se puso las pilas y comenzó a indagar todos esos documentos falsos”. Consistía en hacer copias del pasaporte de ciudadanos de la Unión Europea y falsificarlos con la fotografía del inmigrante ilegal. Así fue como Pancho cogió por vez primera la fregona en Reino Unido, seguramente marcándose sus primeros pasos de salsa mientras frotaba el mocho contra el suelo. 

“El dueño del documento sabía a quién se lo prestaba, no se lo daba a cualquiera. Siempre era a una persona responsable que no te vaya a buscar problemas”, aclara. Con todo, hubo muchísimos que no se contentaron con encontrar un trabajo ilegal, sino que “además reclamaron benefits [subsidios] al Estado”.

Él jamás ha pedido ayudas al Estado y muy orgulloso confiesa que “desde que tengo mis papeles me dije que tengo buenos brazos y buenas piernas para poder trabajar y por eso nunca he pedido beneficios. Y eso nos favoreció mucho en trámites legales posteriores, porque para eso, si tienes beneficios, ayudas... todo te perjudica”.

Y de Pilar, ¿qué fue? “Terminó acá y volvió a España”, cuenta Pancho, “tuvo una enfermedad y casi se va, pero afortunadamente sigue viva”. Nunca más volvió a saber de ella, perdió el contacto y ya no sabe cómo localizarla. “Ayudó a la gente ilegal. La quiero mucho”.

(D.B.)
 
****

Cinco años después de vivir cada día con la espada de Damocles encima, de salir de casa a trabajar sin saber si ese sería el último día antes de que Inmigración le pescara y lo deportara a Perú, Pancho y su mujer pudieron legalizar su situación. Entremedias, el sueño croata.

Pancho no conoce Croacia, ni sus costumbres, ni su idioma y, por descontado, nada de su Gobierno y, sin embargo, jamás se habría podido imaginar que el país balcánico jugara un papel tan crucial en su vida. Corría el año 2004 y se decía que Croacia entraría en la Unión Europea en 2005, resolviendo así todos los problemas del inmigrante peruano.

Nieto de un croata, Pancho sólo tenía que reclamar su pasaporte croata y automáticamente sería ciudadano europeo. Se puso manos a la obra para organizar todo el papeleo, para lo que tuvo incluso que movilizar a su hermano pequeño en Perú, “porque como yo estaba aquí ilegal, no podía viajar y mi hermano me lo hizo desde allí, me mandó todo para firmar”. Entonces, Pancho ignoraba por completo que aún habría de esperar hasta 2013 para que Croacia ingresara en la Unión Europea. “Ahora ya estoy inscrito en el consulado y saben que vivo aquí. Lo único que me queda es aplicar por mi mujer”. 

Roto el sueño croata en 2005, había que volver a la realidad y seguir viviendo en la clandestinidad, hasta que un buen día, se abrió una válvula de escape. “Nos enteramos por una tramitadora de la Home Office [ministerio del Interior] que por medio de la UE, nuestro yerno y mi hija nos podían pedir como padres pues ellos sí estaban legales, porque él tiene pasaporte italiano”. 

Cinco largos años repletos de angustia que de un plumazo el matrimonio peruano podría haberse ahorrado pero, como le sucede a muchos de los recién llegados, “estábamos ciegos de esos papeles, éramos ignorantes en cuanto a documentación”, confiesa Pancho. “Aplicamos y la Home Office nos dio la estadía durante cinco años”, que pasaron volando en una ciudad como Londres, en la que sobrevivir, escapar de las dentelladas de la propia urbe, ya es un mérito.

Concluida esa estadía, más burocracia para tratar de conseguir la permanente y, al final del camino, el fiasco de únicamente conseguir tres años más. Y entonces sucedió, el hecho más trágico que ha vivido Pancho en todos sus años de inmigrante: la muerte de su nieta Alessia, de 14 años.

“Su hobby era bailar, el dancing con sus amiguitas”, recuerda el peruano con apenas un hilito de voz, notablemente emocionado. “Era una niña muy responsable que desde bebita le gusta bailar. Ella fue la primera que me puso ‘Papá Pancho’, y su hermana Angelita ya me lo comenzó también a llamar”. Y un día, cruzando la pista, “un drogadicto la pilló y la mató. Se dio a la fuga y quemó el vehículo. Y a las dos semanas, asesorado por su abogado, se presentó a la policía, confesándose como el culpable de la muerte de mi nieta”.

(D.B.)
Tras el juicio, el conductor fue condenado a la pena de seis años y medio de prisión, “de los cuales el juez le dijo que si se portaba bonito, salía a los tres años y posteriormente podía sacar la full [licencia de conducir], a pesar de que quitó una vida”. Pancho no puede ocultar su rabia, su frustración, “se la tendrían que quitar para siempre porque ha matado una vida”.

Ya han pasado dos años desde el trágico suceso, por lo que a finales del año que viene el homicida podría salir libre, “lo que me parece una injusticia, por lo menos tenían que haberle condenado a 20 años”. La familia ni siquiera recibió indemnización alguna –“está en veremos, en proceso de juicio”- aunque, dado que el conductor era un ciudadano británico, el juez concedió “la potestad de estadía”.

Sin embargo, desde el ministerio del Interior les fue rechazada y el matrimonio peruano tuvo que apelar para intentar renovar sus papeles y no ser deportados. Unos trámites que, tras haber gastado cerca de 2.500 libras, desembocaron en un nuevo plazo con fecha de caducidad: tres años más de legales... hasta que el pasado mes de julio, el sueño croata se hizo realidad.

 ****

Trece años dan para mucho, menos para aprender inglés. Es la otra cara de la moneda de moverse siempre en esa invisible red latina, sobre todo colombianos y ecuatorianos, que se extiende por todo Londres. La misma red que siempre ha ayudado a Pancho a encontrar otros trabajos –“siempre de limpieza, porque lloro con el inglés”- o apartamentos de alquiler. La misma en la que él hace ya tiempo que se convirtió en un miembro activo y también aporta su granito de arena.

Sin embargo, el precio que el peruano ha pagado ha sido estancarse con el inglés. “Cuando yo era ilegal no podía ir a estudiar porque me pedían papeles y ahora estoy avanzando, lento pero seguro”, dice sonriendo como quien pretende desviar la atención de algo que en el fondo le sonroja.

En casa, Pancho ve televisión en inglés. Lo que más le gusta son las películas de artes marciales, de la que confiesa con la candidez de un niño que “me encantan, las de Bruce Lee, que en paz descanse, o la de Van Damme, que le vi hace poco en un anuncio abierto de piernas entre dos trailers, qué bestia...”, se sonríe. “El oído se va acostumbrando, lo que sí es difícil es recordarlo, pero cuando lo escuchas ya sabes de qué te están hablando”. Y ello a pesar de que su trato con los ingleses es mínimo, “hola qué tal y nada más... de lejitos como se miran los toros”.

 En los años que lleva viviendo en Londres, este inmigrante se ha forjado una imagen del inglés que no tiene mucho que ver con la que traen los recién llegados. Aunque admite que “todos no son iguales y hay gente honesta como falsa”, el peruano generaliza y tacha al inglés de “hipócrita; yo me he dado cuenta, que está ji, ji y luego te meten el puñal por la espalda”. Motivo por el cual, como en los toros, siempre los ve desde la barrera.

“Nosotros estamos acostumbrados a otra cultura; aquí hay mucho libertinaje, hermano, y se nota en la crianza de los niños; no los educan bien. Ven que el niño rompe las cosas y no le dicen “nos rompas eso, eso está mal”. Crecen como animalitos, creen que ellos tienen la razón, que destruyendo está bien bonito y eso está mal”. A medida que Pancho avanza en su descripción del inglés, le vienen a la mente imágenes de su día a día en el trabajo y, en concreto, en un gimnasio en el que limpia cuando sale de la universidad:

“Es falso que el inglés sea tan educado como se dice, es pura pantomima no más, es un juego. En el fondo son cochinos, como limpiador yo lo veo. Es el colmo que en el gimnasio donde voy los hombres usen el secador para secarse los testes y el ano y luego llega otro y se lo pasa por el cabello. Y lo hacen, hermano... Hasta los zapatos...”. Pancho ríe, él nunca se enoja.

 ****

Este peruano, a punto de cumplir los 60 años en enero –“ya soy de la banda de los choclitos”- continúa trabajando como una mula, encadenando trabajo con trabajo desde el alba hasta bien entrada la madrugada. Así ha sido desde que pusiera el pie por primera vez en el aeropuerto, víctima de los trabajos por horas que hay que ir enlazando si uno quiere pagar el alquiler a fin de mes.

En la actualidad, Pancho comienza a limpiar en la universidad a las cinco y media de la mañana y termina a las ocho y media. Ya no volverá a trabajar hasta las tres de la tarde, cuando se encamina al gimnasio hasta las once de la noche para, según el día de la semana, limpiar en una guardería o en un consultorio médico, de once y media a tres de la madrugada.

No recuerda haber trabajado jamás menos de diez o doce horas diarias. En ocasiones, el cansancio se apodera de él pasándole factura. Una vez, regresando a su casa a las tres y media de la madrugada no pudo más. “Iba manejando y se me cerraba el ojo. Llegando ya casi a casa, se me cerraban los ojos, no te imaginas. Es como si estuviera dopado”. Lo siguiente que recuerda es abrir los ojos y estar rondado por el asfalto tras haber caído de costado de su moto. “Me saqué la uña del dedo del pie y lo tengo malogrado desde entonces, todo lo demás golpes”, explica como si le pareciera lo más normal del mundo quedarse dormido sobre una moto.

(D.B.)
A pesar de todos los sinsabores vividos, Pancho describe Reino Unido como “un país de oportunidades” y sostiene que “le estoy muy agradecido, aunque me saca la mugre con los impuestos” (más risas). No puede evitar aferrarse al recuerdo de “cuando llegué acá, empecé a ganar mi sueldo y le comencé a enviar a mi padre, porque él vio por mí muchos años y me tocaba corresponderle a él”. El peruano es consciente de que “que no era una cantidad grande, pero 100 libras mensuales eran siempre para él, que súmale cuanto sale al año, 1.200 libras... a veces le enviaba un poquito más”.

Así las cosas, Pancho no duda ni un instante al afirmar que “yo me jubilo aquí”. Es aquí donde tiene su jubilación pues la peruana dice haberla perdido muchos años atrás. “En mi país, por mi edad, ya soy viejo, soy obsoleto y para mendigar allí, prefiero quedarme acá. En mi país hay mucho asalto, mucho robo, te ven bien vestido y te desvisten en la vía pública, de día o de noche”.

“Aunque acá hay otras cosas”, matiza, “existe el racismo porque tú eres extranjero y no te pueden dar espacio para que tú levantes. Prefieren colocar a su gente acá. Si tú eres más que ellos, ellos te van a cortar para que no asciendas y dar cabida así a los ingleses”. ¿No era un país de oportunidades? “Y lo es, pero tienes un tope de oportunidad. Si eres extranjero, te ponen un límite y no vas a superar al inglés de acá, se creen superiores, lo máximo”.

“Pero yo ya me acostumbré a este ambiente”, concluye, “yo ya muero acá”.
Next Post Previous Post

Sin comentarios