Los Reyes Magos que traen contaminación
Esta noche llegan los Reyes Magos cargaditos de regalos, gran parte
de ellos tecnológicos. Según el Instituto de Investigación de mercados
Opinea, si en 2013 únicamente un 25% de los españoles regalamos
dispositivos electrónicos, en las Navidades de 2014 la cifra escalará
hasta el 48%.
Las estrellas siguen siendo los smartphones (22%) y las tabletas (18%), pero llega una nueva hornada de dispositivos que está llamada a cobrar un nuevo protagonismo. Hablamos de las pulseras para hacer deporte o de los relojes inteligentes, por ejemplo. En todas las épocas ha habido un producto estrella, hasta el punto de que algunos dispositivos que han estado con nosotros muchos años cada vez tienen un futuro más incierto; es el caso del teléfono fijo, el reproductor de DVD, el reloj despertador o, incluso, el mando a distancia del televisor.
Uno de los lados oscuros de este incremento en el consumo de dispositivos electrónicos –junto a la explotación que se da en su fabricación en muchos casos- viene por su alto nivel contaminante (foto superior de baselactionnetwork). Ya no sólo hablamos de los metales básicos que contienen (cobre y hierro, fundamentalmente, junto a níquel, aluminio y zinc), sino de metales preciosos (oro, plata y paladio) y, sobre todo, de bismuto y metales pesados (arsénico, cadmio, cromo, mercurio, plomo y selenio).
¿Tantos residuos electrónicos generamos como para lanzar la voz de alarma? Pues sí. Sólo en el caso de los smartphones, España ocupa el cuarto lugar mundial con una tasa de penetración del 85% en 2014 según Deloitte, lo que supone un crecimiento del 13% respecto a 2013. Si tenemos en cuenta que algunos cálculos hablan de renovaciones de terminales cada 18 meses, estaríamos hablando de unos 20 millones de móviles al año que, como poco, cambian de dueño, si no es que caen en desuso.
La consecuencia, sumando toda la basura electrónica, es que España genera unos 18 kilogramos per cápita al año. Es cierto que estamos lejos de los 63 kilos que genera un catarí o de los 30 de un estadounidense –aunque 11 por encima de la media mundial-, pero no por ello la cifra deja de ser preocupante. A nivel mundial la cifra es escalofriante: imaginen la pirámide egipcia de Guiza de más de 146 metros de altura. ¿La tienen? Pues ahora multipliquen por ocho su peso y tendrán el equivalente a los ceca de 50 millones de toneladas de basura electrónica que se genera en el mundo.
En 14 años hemos multiplicado por 5 la cantidad y las previsiones de organismos como StEP no son especialmente halagüeñas: para el año 2017 podría alcanzar ya los 65,4 millones de toneladas (el peso equivalente a 200 edificios como el Empire State de Nueva York).
Esto deriva en que aproximadamente dos terceras partes de los residuos electrónicos nunca lleguen a ser recicladas correctamente, hasta el punto de que, a pesar del incremento en la generación de basura tecnológica, las plantas de reciclaje trabajan cerca de un 50% menos que hace cinco años.
La consecuencia es, por ejemplo, Agbogbloshie. El nombre, seguramente, no le diga nada, pero con sus apenas dos hectáreas es uno de los lugares más contaminados del mundo. Se trata de un barrio de la ciudad de Accra, en Ghana, al que van a parar buena parte de nuestros desechos electrónicos. Sus cerca de 40.000 habitantes ven cómo llegan al barrio más de 200.000 toneladas de residuos, procedentes fundamentalmente de EEUU y Europa.
Según informes realizados por la Green Cross Switzerland y el Blacksmith Institute, la contaminación por plomo y cadmio en Agbogbloshie supera en más de 50 veces los niveles libres de riesgo. Sólo en el caso del plomo, si la Agencia de Control de Medio Ambiente de EEUU recomienda el máximo de concentración de 400 partes por millón (ppm), en Agbogbloshie se dispara hasta las 18.000 ppm.
Ghana no es el único cementerio electrónico del Planeta; a él se suman los de Nigeria, Zimbabwe, India, Pakistán y Nueva Delhi, con un repunte en los últimos años de países como Brasil. Existen auténticas bandas organizadas que trafican con esta basura llegando, incluso, a asaltar los puntos limpios municipales en los que los consumidores responsables depositaron sus terminales. Unas cifras que, quizás, deberían hacernos pensar dos veces cuando cambiemos de teléfono móvil sin necesidad o, peor aún, cuando no busquemos un destino fiable al dispositivo que queda en desuso, aunque sea por una mera cuestión de modo/consumismo absurdo.
Las estrellas siguen siendo los smartphones (22%) y las tabletas (18%), pero llega una nueva hornada de dispositivos que está llamada a cobrar un nuevo protagonismo. Hablamos de las pulseras para hacer deporte o de los relojes inteligentes, por ejemplo. En todas las épocas ha habido un producto estrella, hasta el punto de que algunos dispositivos que han estado con nosotros muchos años cada vez tienen un futuro más incierto; es el caso del teléfono fijo, el reproductor de DVD, el reloj despertador o, incluso, el mando a distancia del televisor.
Uno de los lados oscuros de este incremento en el consumo de dispositivos electrónicos –junto a la explotación que se da en su fabricación en muchos casos- viene por su alto nivel contaminante (foto superior de baselactionnetwork). Ya no sólo hablamos de los metales básicos que contienen (cobre y hierro, fundamentalmente, junto a níquel, aluminio y zinc), sino de metales preciosos (oro, plata y paladio) y, sobre todo, de bismuto y metales pesados (arsénico, cadmio, cromo, mercurio, plomo y selenio).
¿Tantos residuos electrónicos generamos como para lanzar la voz de alarma? Pues sí. Sólo en el caso de los smartphones, España ocupa el cuarto lugar mundial con una tasa de penetración del 85% en 2014 según Deloitte, lo que supone un crecimiento del 13% respecto a 2013. Si tenemos en cuenta que algunos cálculos hablan de renovaciones de terminales cada 18 meses, estaríamos hablando de unos 20 millones de móviles al año que, como poco, cambian de dueño, si no es que caen en desuso.
La consecuencia, sumando toda la basura electrónica, es que España genera unos 18 kilogramos per cápita al año. Es cierto que estamos lejos de los 63 kilos que genera un catarí o de los 30 de un estadounidense –aunque 11 por encima de la media mundial-, pero no por ello la cifra deja de ser preocupante. A nivel mundial la cifra es escalofriante: imaginen la pirámide egipcia de Guiza de más de 146 metros de altura. ¿La tienen? Pues ahora multipliquen por ocho su peso y tendrán el equivalente a los ceca de 50 millones de toneladas de basura electrónica que se genera en el mundo.
En 14 años hemos multiplicado por 5 la cantidad y las previsiones de organismos como StEP no son especialmente halagüeñas: para el año 2017 podría alcanzar ya los 65,4 millones de toneladas (el peso equivalente a 200 edificios como el Empire State de Nueva York).
¿Es posible reciclarlo?
La alternativa a estos elevados índices de desechos electrónicos pasa por reutilizarlos –muchas veces, amigos, familiares u ONG pueden heredar estos terminales- o, en último extremo, por reciclarlos. La mayor parte de los componentes de los dispositivos tecnológicos son reciclables pero hemos de prestar atención a que no caigan en malas manos. Y es que la Agencia Europea de Medio Ambiente estima que cada año alrededor de 250.000 toneladas de basura electrónica salen de la Unión Europa de manera ilegal, la mayoría de las veces ‘camuflando’ productos inutilizables como si fueran de segunda mano.Esto deriva en que aproximadamente dos terceras partes de los residuos electrónicos nunca lleguen a ser recicladas correctamente, hasta el punto de que, a pesar del incremento en la generación de basura tecnológica, las plantas de reciclaje trabajan cerca de un 50% menos que hace cinco años.
La consecuencia es, por ejemplo, Agbogbloshie. El nombre, seguramente, no le diga nada, pero con sus apenas dos hectáreas es uno de los lugares más contaminados del mundo. Se trata de un barrio de la ciudad de Accra, en Ghana, al que van a parar buena parte de nuestros desechos electrónicos. Sus cerca de 40.000 habitantes ven cómo llegan al barrio más de 200.000 toneladas de residuos, procedentes fundamentalmente de EEUU y Europa.
Según informes realizados por la Green Cross Switzerland y el Blacksmith Institute, la contaminación por plomo y cadmio en Agbogbloshie supera en más de 50 veces los niveles libres de riesgo. Sólo en el caso del plomo, si la Agencia de Control de Medio Ambiente de EEUU recomienda el máximo de concentración de 400 partes por millón (ppm), en Agbogbloshie se dispara hasta las 18.000 ppm.
Ghana no es el único cementerio electrónico del Planeta; a él se suman los de Nigeria, Zimbabwe, India, Pakistán y Nueva Delhi, con un repunte en los últimos años de países como Brasil. Existen auténticas bandas organizadas que trafican con esta basura llegando, incluso, a asaltar los puntos limpios municipales en los que los consumidores responsables depositaron sus terminales. Unas cifras que, quizás, deberían hacernos pensar dos veces cuando cambiemos de teléfono móvil sin necesidad o, peor aún, cuando no busquemos un destino fiable al dispositivo que queda en desuso, aunque sea por una mera cuestión de modo/consumismo absurdo.
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