¿Por qué somos los únicos primates gordos?
Dado que los tejidos blandos como la piel o la grasa no fosilizan,
resulta muy complicado establecer teorías científicas sobre su
evolución. A fin de cuentas, los huesos y los dientes representan únicamente el 15% de la masa corporal y con esa información es con la que se han de conformar los expertos para formular sus hipótesis evolutivas.
Algo que en EEUU se empeñaron en resolver tirando para ello de nuestros parientes más cercanos, los bonobos que, junto con los chimpancés (de hecho se les llama también 'chimpancé pigmeo o enano') son los grandes simios más próximos en la cadena evolutiva al ser humano, compartiendo cerca del 99% de nuestro ADN.
Durante cerca de 3 décadas, han estado comparando la estructura corporal de 13 simios muertos en cautividad, comparándolos con medio centenar de cadáveres humanos donados a la ciencia. Simplificando, la conclusión es que la evolución de los últimos 4-5 millones de años nos hizo gordos.
Si en el caso de los bonobos, las hembras cuentan de media con un 4% de masa grasa y los machos prácticamente no tienen (un 0,005%), en el caso de las mujeres este porcentaje sube hasta el 36% y en los hombres un 20%. ¿A qué se deben estas diferencias tan grandes? Existen muchos factores que intervienen, pero en último extremo fue una cuestión de supervivencia. El ser humano comenzó a almacenar más grasa en su cuerpo como una reserva energética para cuando hubiera escasez de alimentos.
A medida que el ser humano evolucionó, se fue apartando de las zonas más boscosas, yendo hacia espacios más abiertos. Arrancaría prácticas como la agricultura y la ganadería, siempre expuestas a plagas o epidemias que pudieran hacer peligrar el suministro de comida. Por el contrario, los simios se quedaron en los bosques y selvas, donde los frutos y las hojas nunca fueron un problema.
Además, en el caso de nuestros parientes primates, para conseguir su comida siempre han tenido que trepar y encaramarse a los árboles, por lo que desarrollaron una estructura muscular superior a la nuestra, al tiempo que eliminaban la capa grasa. Así, mientras que la masa muscular del hombre ronda el 39% y en la mujer el 28%, en el caso de los simios macho es del 51% y de las hembras el 37%.
Las diferencias entre los bonobos y nosotros también se pueden encontrar en la piel y también podemos encontrar explicación en ese alejamiento de las zonas boscosas, más despejadas en regiones cálidas en las que la sombra escasea. A medida que el ser humano se fue asentando en esos parajes, su cuerpo ganó la función de sudar para poder autorregularse térmicamente. De hecho, somos los únicos primates con esta función biológica. Ello derivaría en que el grosor de nuestra piel se redujera, hasta el punto de que en la actualidad únicamente supone un 6% de nuestra masa corporal frente a entre el 10 y el 13% de los bonobos.
Algo que en EEUU se empeñaron en resolver tirando para ello de nuestros parientes más cercanos, los bonobos que, junto con los chimpancés (de hecho se les llama también 'chimpancé pigmeo o enano') son los grandes simios más próximos en la cadena evolutiva al ser humano, compartiendo cerca del 99% de nuestro ADN.
Durante cerca de 3 décadas, han estado comparando la estructura corporal de 13 simios muertos en cautividad, comparándolos con medio centenar de cadáveres humanos donados a la ciencia. Simplificando, la conclusión es que la evolución de los últimos 4-5 millones de años nos hizo gordos.
Si en el caso de los bonobos, las hembras cuentan de media con un 4% de masa grasa y los machos prácticamente no tienen (un 0,005%), en el caso de las mujeres este porcentaje sube hasta el 36% y en los hombres un 20%. ¿A qué se deben estas diferencias tan grandes? Existen muchos factores que intervienen, pero en último extremo fue una cuestión de supervivencia. El ser humano comenzó a almacenar más grasa en su cuerpo como una reserva energética para cuando hubiera escasez de alimentos.
A medida que el ser humano evolucionó, se fue apartando de las zonas más boscosas, yendo hacia espacios más abiertos. Arrancaría prácticas como la agricultura y la ganadería, siempre expuestas a plagas o epidemias que pudieran hacer peligrar el suministro de comida. Por el contrario, los simios se quedaron en los bosques y selvas, donde los frutos y las hojas nunca fueron un problema.
Además, en el caso de nuestros parientes primates, para conseguir su comida siempre han tenido que trepar y encaramarse a los árboles, por lo que desarrollaron una estructura muscular superior a la nuestra, al tiempo que eliminaban la capa grasa. Así, mientras que la masa muscular del hombre ronda el 39% y en la mujer el 28%, en el caso de los simios macho es del 51% y de las hembras el 37%.
Las diferencias entre los bonobos y nosotros también se pueden encontrar en la piel y también podemos encontrar explicación en ese alejamiento de las zonas boscosas, más despejadas en regiones cálidas en las que la sombra escasea. A medida que el ser humano se fue asentando en esos parajes, su cuerpo ganó la función de sudar para poder autorregularse térmicamente. De hecho, somos los únicos primates con esta función biológica. Ello derivaría en que el grosor de nuestra piel se redujera, hasta el punto de que en la actualidad únicamente supone un 6% de nuestra masa corporal frente a entre el 10 y el 13% de los bonobos.
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