¿Tenemos realmente espíritu democrático?

Se cumplen 40 años de las primeras elecciones democráticas después de un largo periodo de dictadura franquista, la etapa más oscura de nuestra historia reciente. Han cambiado muchas cosas desde entonces, ya no sólo el número de diputados que se eligen por provincia, sino en el mismo ánimo con que hoy en día la ciudadanía acude a su cita en las urnas.




Si analizamos los datos de participación desde 1977, podemos comprobar cómo la abstención ha crecido prácticamente diez puntos porcentuales respecto a los comicios de hace 40 años. Lógico, pensarán, dado que la asistencia a las urnas después de un período de privación de libertad siempre, a pesar del miedo, se presume masiva.

  

1977, junto con el ascenso al poder del PSOE en 1982, son las dos citas electorales que mejor dato de participación han tenido en toda nuestra democracia: 78,83% y 79,97%, respectivamente.

 

En las últimas eleccciones, no se alcanzó el 70% de participación, por debajo de la media en toda esta etapa democrática, que se fija en torno al 73%. Además, si sumamos la abstención, los votos en blanco y los votos nulos, en 2016 el porcentaje roza el 32%.



Se pueden hacer muchas lecturas de estos datos y es tentador decir que la baja participación es producto de la desafección política. Sin embargo, la realidad es que en 13 citas electorales para elegir a nuestro Gobierno, únicamente en cinco hemos conseguido bajar la abstención del 25%.

 

Hace 13 años que no conseguimos bajar de esa barrera, cuando en 2004 (el año de los atentados del 11-M), con la llegada al poder de José Luis Rodríguez Zapatero, la participación se situó en el 75,66%. Desde entonces, la media de abstención ha superado el 28,5%, que sumado a los votos en blanco y los nulos, roza el 30,5%. En la última década, casi un tercio de los votantes dan la espalda, de un modo un otro, a los que aspiran a representarnos. Alguien debería hacérselo mirar. Si miramos a otros países, como Reino Unido en sus últimas 20 generales, podemos comprobar que su cultura democrática está mucho más asentada. No fue hasta 2001 cuando la participación comenzó a desplomarse (gráfico inferior).


Subía al poder, por segunda vez consecutiva, el Partido Laborista con Tony Blair a la cabeza. Quizás por eso, desde entonces, la participación no ha levantado cabeza hasta este año, cuando de la mano de Jeremy Corbin, los laboristas parecen comenzar a remontar. Y es que no olvidemos que Blair, en plena campaña contra el euro en 2001, fue avalado entonces por el periódico conservador The Times y se le calificó como el heredero de Thatcher.

  

Antes de aquel desplome de 2001, la participación en los comicios británicos nunca bajó del 71% y, de hecho, la media se fijó en más del 76%. ¿Qué nos dice eso a pesar de que los contextos históricos nacionales fueran diferentes? Que no es cuestión de desafección política únicamente, que la realidad es que el pueblo español no parece terminar de asumir el papel que tiene en una democracia, no parece querer entender que en él reside la soberanía popular y que los representantes, al fin y al cabo, son trabajadores al servicio de la ciudadanía, que es su jefe legítimo.
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