¿Contaminación? Al aparato
Este mes ha llegado a las tiendas el último modelo de iPhone. A pesar de su precio astronómico, las ventas se dispararán, superando los millones en todo el mundo. En esta sociedad ultraconsumista, Apple es una de las multinacionales responsables de haber cambiado los hábitos de consumo de la sociedad. El teléfono móvil ha trascendido su función de instrumento de comunicación, convirtiéndose en un objeto de moda, en un símbolo de estatus social, incluso. ¿La consecuencia? El incremento de móviles desechados que terminan por aumentar la contaminación del planeta.
El número de terminales vendidos al cabo del año ronda ya los 1.500 millones. Con estas cifras de ventas, los ciclos de renovación de los móviles se han acortado. ¿Qué hacemos con los móviles antiguos? Pues aunque pudiéramos pensar que son reutilizados, que pasan a utilizarlos familiares y/o amig@s, muchos de ellos terminan en la basura.
¿Sabían que la electrónica representa el 70% de los desechos tóxicos en los vertederos? Así es y los teléfonos móviles tienen mucho que ver con ello. ¿Y qué sucede con los móviles que llevamos a puntos limpios o centro de reciclaje? En función del estado en el que se encuentren, pueden terminar en el cada vez más grande mercado secundario, donde se revenden.
Los móviles que no tienen salida en el mercado europeo, se envían a otros mercados en auge, generalmente de economías más pobres donde l@s consumidor@s no son tan exigentes ni con el estado ni con la funcionalidad. Hablamos, fundamentalmente, de los mercados latinoamericano y el africano.
Desentendiéndonos de nuestra conciencia anticapitalista –si es que esto es posible- y prestando atención únicamente al criterio medio ambiental, hasta ahí todo bien. Sin embargo, hay más opciones: las plantas de reciclaje. En estos centros, tras extraer algunos metales preciosos de las placas de los circuitos integrados, se funden los móviles. Es entonces cuando se liberan sustancias tóxicas, como el cloruro o el mercurio, que llegan a la atmósfera en forma de vapores.
Cuando no se opta por la fundición, la alternativa es aún peor: la exportación de chatarra electrónica en grandes contenedores a países en vías de desarrollo, como Ghana o Pakistán, o a economías emergentes con elevados niveles de desigualdad como India.
Un paseo por ‘cementerios digitales’ como el de Agbobloshie (Ghana), donde se queman estos aparatos para intentar extraer los metales basta para inhalar una buena dosis de toxicidad. Gases de níquel, cadmio, mercurio... lo inundan todo, flotando en el aire, filtrándose en el suelo, mezclándose con el agua potable...
Para intentar de paliar esta problemática, nació Fairphone, una empresa holandesa que desarrolla y comercializa un smartphone modular a través de operadoras y grandes superficies . Gracias a este diseño, no sólo las piezas del móvil pueden ser reemplazadas de un modo muy sencillo en caso de reparación, sino que cuando ya nos deshacemos de él, resulta más fácil desmontar el terminal para el aprovechamiento de sus componentes.
La utilidad va más allá, prolongando la vida útil del dispositivo porque, si por ejemplo se ha optimizado la cámara de fotos, es posible adquirir esta pieza por separado y montarla nosotr@s mism@s, mejorando nuestro terminal sin necesidad de tener que comprar uno nuevo. Según explica la propia compañía, conservar tu móvil cinco años en lugar de tres puede reducir su huella de carbono hasta en un 30%.
A ello se suma, además, el cuidado que presta la compañía a las condiciones laborales de todas las personas que participan, directa o indirectamente, en el proceso de fabricación de este teléfono de gama media.
Así pues, parece que no todo está perdido. La pregunta es, ¿compañías como Fairphone conseguirán cambiar hábitos de consumo con lo hizo en su día Apple? Por lo pronto, la demanda ha superado la capacidad de producción y para 2018 se espera que llegue la tercera versión. No resuelve la problemática de la pobreza en países extractores de materias primas de África pero, al menos, es un pasito positivo frente a los modelos actuales de sus competidores más comerciales.
El número de terminales vendidos al cabo del año ronda ya los 1.500 millones. Con estas cifras de ventas, los ciclos de renovación de los móviles se han acortado. ¿Qué hacemos con los móviles antiguos? Pues aunque pudiéramos pensar que son reutilizados, que pasan a utilizarlos familiares y/o amig@s, muchos de ellos terminan en la basura.
¿Sabían que la electrónica representa el 70% de los desechos tóxicos en los vertederos? Así es y los teléfonos móviles tienen mucho que ver con ello. ¿Y qué sucede con los móviles que llevamos a puntos limpios o centro de reciclaje? En función del estado en el que se encuentren, pueden terminar en el cada vez más grande mercado secundario, donde se revenden.
Los móviles que no tienen salida en el mercado europeo, se envían a otros mercados en auge, generalmente de economías más pobres donde l@s consumidor@s no son tan exigentes ni con el estado ni con la funcionalidad. Hablamos, fundamentalmente, de los mercados latinoamericano y el africano.
Desentendiéndonos de nuestra conciencia anticapitalista –si es que esto es posible- y prestando atención únicamente al criterio medio ambiental, hasta ahí todo bien. Sin embargo, hay más opciones: las plantas de reciclaje. En estos centros, tras extraer algunos metales preciosos de las placas de los circuitos integrados, se funden los móviles. Es entonces cuando se liberan sustancias tóxicas, como el cloruro o el mercurio, que llegan a la atmósfera en forma de vapores.
Cuando no se opta por la fundición, la alternativa es aún peor: la exportación de chatarra electrónica en grandes contenedores a países en vías de desarrollo, como Ghana o Pakistán, o a economías emergentes con elevados niveles de desigualdad como India.
Un paseo por ‘cementerios digitales’ como el de Agbobloshie (Ghana), donde se queman estos aparatos para intentar extraer los metales basta para inhalar una buena dosis de toxicidad. Gases de níquel, cadmio, mercurio... lo inundan todo, flotando en el aire, filtrándose en el suelo, mezclándose con el agua potable...
Para intentar de paliar esta problemática, nació Fairphone, una empresa holandesa que desarrolla y comercializa un smartphone modular a través de operadoras y grandes superficies . Gracias a este diseño, no sólo las piezas del móvil pueden ser reemplazadas de un modo muy sencillo en caso de reparación, sino que cuando ya nos deshacemos de él, resulta más fácil desmontar el terminal para el aprovechamiento de sus componentes.
La utilidad va más allá, prolongando la vida útil del dispositivo porque, si por ejemplo se ha optimizado la cámara de fotos, es posible adquirir esta pieza por separado y montarla nosotr@s mism@s, mejorando nuestro terminal sin necesidad de tener que comprar uno nuevo. Según explica la propia compañía, conservar tu móvil cinco años en lugar de tres puede reducir su huella de carbono hasta en un 30%.
A ello se suma, además, el cuidado que presta la compañía a las condiciones laborales de todas las personas que participan, directa o indirectamente, en el proceso de fabricación de este teléfono de gama media.
Así pues, parece que no todo está perdido. La pregunta es, ¿compañías como Fairphone conseguirán cambiar hábitos de consumo con lo hizo en su día Apple? Por lo pronto, la demanda ha superado la capacidad de producción y para 2018 se espera que llegue la tercera versión. No resuelve la problemática de la pobreza en países extractores de materias primas de África pero, al menos, es un pasito positivo frente a los modelos actuales de sus competidores más comerciales.
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