10 medicamentos en una pastilla: la impresión 3D es la clave
En el caso de las personas más mayores, altamente medicadas, ¿qué sucedería si en lugar de tomar una docena de pastillas al día pudieran tomar una sola que combina todas ellas? La clave para ello, según algunos investigadores, son las pastillas impresas en 3D.
La ciencia lleva más de dos décadas detrás de este tipo de tecnología, pero aún no se han conseguido resultados óptimos. Hace 21 años, investigadores del prestigioso MIT aseguraban haber hallado el modo de imprimir medicamentos en píldoras. El método parecía bastante sencillo: depositar dosis muy precisas del medicamento entre unas finas capas de polvo para después recubrir la mezcla con un aglutinante. Entre las ventajas, destacaron que los principios activos se liberaban más lentamente que en un medicamento convencional, lo que en algunos casos podía ser muy beneficioso. A fin de cuentas, la geometría de un comprimido y la estratificación de las sustancias que lo componen inciden en la liberación de su principio activo en el organismo.
¿Qué han pasado en estas dos últimas décadas? Pues que este tipo de medicamentos no ha tenido calado en la industria, con la excepción de la compañía Ohio Aprecia, que imprime un medicamento en 3D para tratar la epilepsia. Todo lo demás, continúan siendo investigaciones, proyectos piloto y prototipos con el horizonte de producir medicamentos de acuerdo con las especificaciones exactas adaptadas a las necesidades de los pacientes individuales: la era de los medicamentos más precisos y personalizados.
En este sentido, el año pasado, la farmacéutica GlaxoSmithKline trabajó junto a investigadores de la Universidad de Nottingham para imprimir medicamentos en 3D para el Parkinson. La Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), también juega con ese propósito y ya ha impreso medicamentos con un prototipo de la compañía Life Soluciones Integrales.
Se trata de lograr medicamentos a medida y lo más accesibles posible. Así, otra empresa surgida del University College London (spinoff), llamada FabRx, encamina sus investigaciones en esa dirección, hasta el punto de haber creado píldoras en forma de animales y dinosaurios para hacer más llevadera la toma de medicinas a l@s más pequeñ@s. Según apuntan, son capaces de utilizar una gama de excipientes para diseñar medicamentos que posean cualquier perfil de liberación de fármaco deseado.
Y esa coyuntura nos lleva a los grandes amenazados con esta tecnología futurista: los grandes laboratorios farmacéuticos, que sufrirían esta descentralización de la producción de medicamentos. Se acabó la producción en serie para millones de personas; ésta sería sustituida por medicinas individualizadas. La visión, desde luego, es esperanzadora pero, ¿realmente sería seguro alterar la composición de un medicamento? ¿Podría variar sus propiedades una modificación en la proporción de componentes?
Paralelamente, en este escenario, la ciencia volvería a caminar por delante de la legislación que tendría ante sí una cuestión espinosa: ¿De quién es la responsabilidad si falla un medicamento regulado por una agencia gubernamental, sintetizado por una compañía y fabricado por una máquina diseñada por un tercero?
Por otro lado, la generalización de las impresoras en 3D capaces de sintetizar medicamentos también tiene su lado perverso, como de hecho lo han tenido las impresoras 3D convencionales con la distribución de planos por internet para construir pistolas caseras. Cualquiera podría sintetizar venenos o drogas sofisticadas a partir de formulaciones descargadas de la red.
La ciencia lleva más de dos décadas detrás de este tipo de tecnología, pero aún no se han conseguido resultados óptimos. Hace 21 años, investigadores del prestigioso MIT aseguraban haber hallado el modo de imprimir medicamentos en píldoras. El método parecía bastante sencillo: depositar dosis muy precisas del medicamento entre unas finas capas de polvo para después recubrir la mezcla con un aglutinante. Entre las ventajas, destacaron que los principios activos se liberaban más lentamente que en un medicamento convencional, lo que en algunos casos podía ser muy beneficioso. A fin de cuentas, la geometría de un comprimido y la estratificación de las sustancias que lo componen inciden en la liberación de su principio activo en el organismo.
¿Qué han pasado en estas dos últimas décadas? Pues que este tipo de medicamentos no ha tenido calado en la industria, con la excepción de la compañía Ohio Aprecia, que imprime un medicamento en 3D para tratar la epilepsia. Todo lo demás, continúan siendo investigaciones, proyectos piloto y prototipos con el horizonte de producir medicamentos de acuerdo con las especificaciones exactas adaptadas a las necesidades de los pacientes individuales: la era de los medicamentos más precisos y personalizados.
En este sentido, el año pasado, la farmacéutica GlaxoSmithKline trabajó junto a investigadores de la Universidad de Nottingham para imprimir medicamentos en 3D para el Parkinson. La Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), también juega con ese propósito y ya ha impreso medicamentos con un prototipo de la compañía Life Soluciones Integrales.
Se trata de lograr medicamentos a medida y lo más accesibles posible. Así, otra empresa surgida del University College London (spinoff), llamada FabRx, encamina sus investigaciones en esa dirección, hasta el punto de haber creado píldoras en forma de animales y dinosaurios para hacer más llevadera la toma de medicinas a l@s más pequeñ@s. Según apuntan, son capaces de utilizar una gama de excipientes para diseñar medicamentos que posean cualquier perfil de liberación de fármaco deseado.
Pros y contras de un futuro incierto
En un escenario más futurista, algunos gurús hablan, incluso, de dispositivos instalados en nuestros cuartos de baño y que, tras analizar variables como la tensión, la frecuencia cardiaca, niveles de sodio, etc. imprimieran cada mañana la dosis de nuestro medicamento que más se adecúa a nuestro estado. Otros, en cambio, sitúan esta tecnología en escenarios mucho más precarios, como son los millones de personas en riesgo de exclusión que, gracias a las pastillas impresas en 3D, podrían ver como sus vidas se salvan de pandemias a las que no podrían hacer frente con medicamentos convencionales, dada la inaccesibilidad de éstos en la actualidad.Y esa coyuntura nos lleva a los grandes amenazados con esta tecnología futurista: los grandes laboratorios farmacéuticos, que sufrirían esta descentralización de la producción de medicamentos. Se acabó la producción en serie para millones de personas; ésta sería sustituida por medicinas individualizadas. La visión, desde luego, es esperanzadora pero, ¿realmente sería seguro alterar la composición de un medicamento? ¿Podría variar sus propiedades una modificación en la proporción de componentes?
Paralelamente, en este escenario, la ciencia volvería a caminar por delante de la legislación que tendría ante sí una cuestión espinosa: ¿De quién es la responsabilidad si falla un medicamento regulado por una agencia gubernamental, sintetizado por una compañía y fabricado por una máquina diseñada por un tercero?
Por otro lado, la generalización de las impresoras en 3D capaces de sintetizar medicamentos también tiene su lado perverso, como de hecho lo han tenido las impresoras 3D convencionales con la distribución de planos por internet para construir pistolas caseras. Cualquiera podría sintetizar venenos o drogas sofisticadas a partir de formulaciones descargadas de la red.
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