Los huracanes se quieren instalar en tierra
Hace unos días, Público.es se hacía eco de la advertencia de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), que atribuía al cambio climático el incremento de la capacidad destructora de los huracanes en los últimos años. Si profundizamos en el análisis específico del huracán Dorian, su devastación tiene mucho con su velocidad, pero no sólo por rápida, sino por lenta.
Si Dorian ha llegado a alcanzar velocidades de viento sostenidas de 300 kilómetros por hora (185 millas/hora), con picos de hasta 350 kilómetros por hora (220 millas/hora), el paso de este fenómeno ha sido particularmente lento, tanto como que cuando tocó tierra su velocidad de movimiento (que no del viento) se redujo hasta 1,6 kilómetros por hora (1 milla/hora).
Este lento desplazamiento es lo que ha complicado extraordinariamente las predicciones de su dirección –parecer seguir una ruta similar a la del huracán Matthew en 2016-, aumentando significativamente su devastación respecto a los que presentan velocidades mayores. De hecho, el huracán Dorian ya ha pasado a ser, junto con otro huracán en 1935, como el más fuerte que jamás haya golpeado tierra en el Atlántico.
Sin embargo, el comportamiento de huracanes como Dorian se está convirtiendo en una tónica cada vez más habitual, con desplazamientos lentos, fuertes vientos y copiosas lluvias sostenidas en el tiempo. Según los científicos de la NASA y la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration), si hace 75 años la velocidad media de los ciclones tropicales del Atlántico norte se situaba en los 18,5 kilómetros por hora (11,5 millas/hora), en 2017 se redujo a unos 15,5 kilómetros por hora (9,6 millas/hora).
Otro artículo en la prestigiosa Nature revelaba que los expertos y expertas en la materia no terminan de tener claro por qué sucede esto, aunque apuntan a que los patrones generales de circulación atmosférica se han debilitado, incluso, en los trópicos. Coincidiendo con la OMM, el calentamiento global también podría encontrarse detrás de esta ralentización de los desplazamientos de los ciclones, no sólo porque el contraste entre los polos cada menos fríos y las zonas más cálidas es inferior (Dorian se ha movida por aguas un grado centígrado por encima de lo normal), sino porque los gases de efecto invernadero también disparan el calentamiento.
Amplificando el efecto devastador de estos fenómenos debido ser más estáticos se encuentran las precipitaciones, que cada vez son más catastróficas. Lo sucedido en las Bahamas es un buen ejemplo de ello y, si miramos la vista un poco atrás, también ocurrió en Texas con el huracán Harvey. El razonamiento es simple: cuanto más estático es el huracán, más cantidad de lluvia cae, provocando grandes destrozos.
El futuro no se antoja muy optimista, tal y como refleja un artículo en New Scientist en el que la comunidad científica prevé una mayor intensificación de estos fenómenos. ¿Qué esperan? Ciclones cada vez más estáticos, con vientos más fuertes y lluvias mucho más copiosas. En este sentido, la investigación publicada en la revista Nature –anterior a la llegada de Dorian- ya avanzaba esta realidad, poniendo como ejemplos del cambio en los huracanes con Harvey (2017) y Florence (2018) haciendo un llamamiento a que los protocolos de actuación de cara a estos fenómenos presten más atención a los riesgos de inundación en las poblaciones costeras.
Si Dorian ha llegado a alcanzar velocidades de viento sostenidas de 300 kilómetros por hora (185 millas/hora), con picos de hasta 350 kilómetros por hora (220 millas/hora), el paso de este fenómeno ha sido particularmente lento, tanto como que cuando tocó tierra su velocidad de movimiento (que no del viento) se redujo hasta 1,6 kilómetros por hora (1 milla/hora).
Este lento desplazamiento es lo que ha complicado extraordinariamente las predicciones de su dirección –parecer seguir una ruta similar a la del huracán Matthew en 2016-, aumentando significativamente su devastación respecto a los que presentan velocidades mayores. De hecho, el huracán Dorian ya ha pasado a ser, junto con otro huracán en 1935, como el más fuerte que jamás haya golpeado tierra en el Atlántico.
Sin embargo, el comportamiento de huracanes como Dorian se está convirtiendo en una tónica cada vez más habitual, con desplazamientos lentos, fuertes vientos y copiosas lluvias sostenidas en el tiempo. Según los científicos de la NASA y la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration), si hace 75 años la velocidad media de los ciclones tropicales del Atlántico norte se situaba en los 18,5 kilómetros por hora (11,5 millas/hora), en 2017 se redujo a unos 15,5 kilómetros por hora (9,6 millas/hora).
Otro artículo en la prestigiosa Nature revelaba que los expertos y expertas en la materia no terminan de tener claro por qué sucede esto, aunque apuntan a que los patrones generales de circulación atmosférica se han debilitado, incluso, en los trópicos. Coincidiendo con la OMM, el calentamiento global también podría encontrarse detrás de esta ralentización de los desplazamientos de los ciclones, no sólo porque el contraste entre los polos cada menos fríos y las zonas más cálidas es inferior (Dorian se ha movida por aguas un grado centígrado por encima de lo normal), sino porque los gases de efecto invernadero también disparan el calentamiento.
Amplificando el efecto devastador de estos fenómenos debido ser más estáticos se encuentran las precipitaciones, que cada vez son más catastróficas. Lo sucedido en las Bahamas es un buen ejemplo de ello y, si miramos la vista un poco atrás, también ocurrió en Texas con el huracán Harvey. El razonamiento es simple: cuanto más estático es el huracán, más cantidad de lluvia cae, provocando grandes destrozos.
El futuro no se antoja muy optimista, tal y como refleja un artículo en New Scientist en el que la comunidad científica prevé una mayor intensificación de estos fenómenos. ¿Qué esperan? Ciclones cada vez más estáticos, con vientos más fuertes y lluvias mucho más copiosas. En este sentido, la investigación publicada en la revista Nature –anterior a la llegada de Dorian- ya avanzaba esta realidad, poniendo como ejemplos del cambio en los huracanes con Harvey (2017) y Florence (2018) haciendo un llamamiento a que los protocolos de actuación de cara a estos fenómenos presten más atención a los riesgos de inundación en las poblaciones costeras.
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