La desigualdad como vector de contagio del coronavirus
El doctor Rieux aseguraba en La peste, la obra de 1947 de Albert Camus, que "puede parecer una idea ridícula, pero la única forma de combatir la plaga es con la decencia". Ojalá el mundo entero se aplique está máxima. Hasta el momento no lo ha hecho, como demuestra que la falta de inversión en Sanidad pública no ha sido la única de las carencias que ahora amplifican los efectos negativos de la pandemia. La desigualdad es y será uno de los vectores de contagio más potentes.
Un reciente artículo publicado en The Lancet nos recuerda que las pandemias rara vez afectan a todas las personas de manera uniforme. Si nos remontamos al siglo XIV, es posible constatar que la bautizada como Peste Negra redujo la población mundial en un tercio, ensañándose especialmente con los segmentos más pobres, con el campesinado desnutrido y con dificultades para adoptar medidas higiénicas. El coronavirus está clonando esos efectos... siete siglos después, a pesar de contar con recursos más que suficientes para evitarlo (100 billones de dólares de PIB mundial).
Los efectos de las crisis en la economía tienen y van a tener un impacto negativo en la lucha contra el COVID-19. El propio Foro Económico Mundial advierte –no sin grandes dosis de cinismo- que “el coronavirus ha convertido la desigualdad en un problema de salud pública”. Desde este organismo urgen a las naciones para que aborden la desigualdad social, de manera mundial, como una cuestión de bienestar público pero, si ya en el XIX se situó en este extremo la mejora de la vivienda y el neoliberalismo arrasó con ese objetivo, ¿será ahora diferente?
A medida que aumenta el desempleo, que los diferentes Estados adoptan ‘economías de guerra y postguerra’ –dado el lenguaje bélico que articulan- y que las redes de seguridad social se debilitan, los grupos más vulnerables crecen y son más propensos al contagio. Su acceso a bienes de primera necesidad, a la vivienda, a la misma Sanidad y a los canales de información para conocer las recomendaciones de las autoridades sanitarias está mermado. Lo estaba antes de la llegada del coronavirus y éste ha empeorado su situación.
Oxfam ya ha advertido que si los ingresos cayeran un 20%, el número de personas que viven en pobreza extrema pasaría de 434 millones a 922. Eso significa que casi 1.000 millones de personas, casi el 13% de la población mundial, en todo el mundo vivirían con 1,9 dólares o menos al día... pero es que la cifra de personas que viven por debajo de los 5,5 dólares al día saltaría de los actuales 548 millones de personas a casi 4.000 millones, con las mujeres como las grandes damnificadas.
La realidad es que cuanto más desfavorecida social y económicamente se encuentra una persona, más probabilidades tiene de padecer enfermedades. Cuando baja la marea, queda al descubierto quienes tenían puesto el bañador y quienes no; en el caso español, son millones de personas las que viven de la economía sumergida o de trabajos precarios ahora prohibidos por el Estado de Alarma. El teletrabajo, por lo general, no es para empleos que asumen los colectivos más vulnerables.
Algunas voces aseguran que entre los países que mejor están lidiando con la crisis del coronavirus en Europa se encuentra Alemania y entre los peores, Italia y España. Pues bien, si atendeos al porcentaje de su población en riesgo de pobreza o exclusión social según Eurostat, comprobamos que mientras en Alemania el porcentaje se sitúa en un 19%, en Italia roza el 30% y en España nos aproximamos al 27%, superando la media europea de 22,4%.
El artículo de The Lancet no se aventura aún a poner cifras de fallecimientos desglosadas entre segmentos ricos y pobres, pero muestra convencimiento sobre la disparidad que se producirá entre ambas magnitudes. Aunque no mencione explícitamente medidas como la adopción de una renta básica, lo que sí apunta el artículo de la revista científica es que las medidas adoptadas por los Gobiernos han de estar dirigidas a reducir la desigualdad, no sólo a través de planes de rescate social, sino incluso desde la óptica del rescate a la Industria o el Turismo, entre otros. Abordar la crisis y la posterior reconstrucción de los países y sus economías no debería hacerse sin atender y resolver las diferentes desigualdades socioeconómicas.
Un reciente artículo publicado en The Lancet nos recuerda que las pandemias rara vez afectan a todas las personas de manera uniforme. Si nos remontamos al siglo XIV, es posible constatar que la bautizada como Peste Negra redujo la población mundial en un tercio, ensañándose especialmente con los segmentos más pobres, con el campesinado desnutrido y con dificultades para adoptar medidas higiénicas. El coronavirus está clonando esos efectos... siete siglos después, a pesar de contar con recursos más que suficientes para evitarlo (100 billones de dólares de PIB mundial).
Los efectos de las crisis en la economía tienen y van a tener un impacto negativo en la lucha contra el COVID-19. El propio Foro Económico Mundial advierte –no sin grandes dosis de cinismo- que “el coronavirus ha convertido la desigualdad en un problema de salud pública”. Desde este organismo urgen a las naciones para que aborden la desigualdad social, de manera mundial, como una cuestión de bienestar público pero, si ya en el XIX se situó en este extremo la mejora de la vivienda y el neoliberalismo arrasó con ese objetivo, ¿será ahora diferente?
A medida que aumenta el desempleo, que los diferentes Estados adoptan ‘economías de guerra y postguerra’ –dado el lenguaje bélico que articulan- y que las redes de seguridad social se debilitan, los grupos más vulnerables crecen y son más propensos al contagio. Su acceso a bienes de primera necesidad, a la vivienda, a la misma Sanidad y a los canales de información para conocer las recomendaciones de las autoridades sanitarias está mermado. Lo estaba antes de la llegada del coronavirus y éste ha empeorado su situación.
Oxfam ya ha advertido que si los ingresos cayeran un 20%, el número de personas que viven en pobreza extrema pasaría de 434 millones a 922. Eso significa que casi 1.000 millones de personas, casi el 13% de la población mundial, en todo el mundo vivirían con 1,9 dólares o menos al día... pero es que la cifra de personas que viven por debajo de los 5,5 dólares al día saltaría de los actuales 548 millones de personas a casi 4.000 millones, con las mujeres como las grandes damnificadas.
La realidad es que cuanto más desfavorecida social y económicamente se encuentra una persona, más probabilidades tiene de padecer enfermedades. Cuando baja la marea, queda al descubierto quienes tenían puesto el bañador y quienes no; en el caso español, son millones de personas las que viven de la economía sumergida o de trabajos precarios ahora prohibidos por el Estado de Alarma. El teletrabajo, por lo general, no es para empleos que asumen los colectivos más vulnerables.
Algunas voces aseguran que entre los países que mejor están lidiando con la crisis del coronavirus en Europa se encuentra Alemania y entre los peores, Italia y España. Pues bien, si atendeos al porcentaje de su población en riesgo de pobreza o exclusión social según Eurostat, comprobamos que mientras en Alemania el porcentaje se sitúa en un 19%, en Italia roza el 30% y en España nos aproximamos al 27%, superando la media europea de 22,4%.
El artículo de The Lancet no se aventura aún a poner cifras de fallecimientos desglosadas entre segmentos ricos y pobres, pero muestra convencimiento sobre la disparidad que se producirá entre ambas magnitudes. Aunque no mencione explícitamente medidas como la adopción de una renta básica, lo que sí apunta el artículo de la revista científica es que las medidas adoptadas por los Gobiernos han de estar dirigidas a reducir la desigualdad, no sólo a través de planes de rescate social, sino incluso desde la óptica del rescate a la Industria o el Turismo, entre otros. Abordar la crisis y la posterior reconstrucción de los países y sus economías no debería hacerse sin atender y resolver las diferentes desigualdades socioeconómicas.
Sin comentarios