El error de la represión contra la desinformación

La desinformación se ha convertido en una auténtica lacra, motivo de gran preocupación para los gobiernos. El azote del COVID-19 ha vuelto a poner de manifiesto cómo las llamadas fake news se propagan aún más que el propio virus, expandiendo mentiras, teorías de la conspiración absurdas y todo tipo de narrativas interesadas con efectos muy negativos en la sociedad.

Un interesante artículo publicado en MisInformation Review critica el enfoque represivo que se está empleando para atajar esta desinformación, comparándolo con la aproximación que se tuvo para acabar con el terrorismo tras los atentados del 11-S en 2001. Lo firman conjuntamente Alexei Abrahams, del Citizen Lab en la Munk School de la Universidad de Toronto y Gabrielle Lim, del Shorenstein Center de la Harvard Kennedy School, que son más partidarios de, en lugar de censurar la desinformación, atajar las situaciones sociopolíticas que la propician y que nos convierten en potenciales receptores de estas paparruchas.


Abrahams y Lim recuerdan la manera en que George Bush activó la guerra contra el terror tras el 11-S, sin reparar en lo que sostenían voces críticas, como la del profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de California Chalmers Johnson, que en su ensayo Blowback, publicado un año antes de los atentados, ya avanzaba que el imperialismo estadounidense había avivado un odio y un resentimiento que no tardaría en traducirse en violencia. Y así fue.

El artículo incide en que, curiosamente, fue el propio ejército de EEUU el que se percató del error y en 2007, en plena ocupación de Irak, los marines actualizaron su manual de campo para adoptar un enfoque menos represor para hacerse con el favor de la población civil contra los insurgentes.
En el desafío que plantea la desinformación, el enfoque que mayoritariamente se está adoptando es el represor. Se ha llegado a identificar la problemática con una cuestión de ciberseguridad, en algunos países han optado por bloquear redes sociales (como en Sri Lanka) o, como sucede con la postura defendida por Reino Unido, eliminar contenido, bloquear proveedores de acceso a internet o amenazar la libertad de expresión con consecuencias penales.

Desde el punto de vista de Abrahams y Lim, este planteamiento no resuelve el problema y, además, termina por erosionar las libertades civiles. En países que ya de por sí son propensos a políticas autoritarias, la desinformación ha servido como excusa para dar rienda suelta a la censura, hostigar a la prensa o coaccionar a determinadas plataformas tecnológicas, como las redes sociales, obligándoles a entregar a las autoridades información de personas usuarias sin necesidad de orden judicial.

La apuesta de los autores de este artículo es la adopción de un enfoque reparador, orientado a conocer el origen de esa desinformación que, por lo general, son situaciones sociopolíticas que se prestan a la tergiversación y la demagogia. En líneas generales, la ciudadanía global muestra una desilusión con sus gobiernos y una desconfianza hacia las autoridades convencionales y eso, con más represión, definitivamente no se resuelve.

El terrorismo y las tramas de desinformación no hacen más que aprovechar esa circunstancia, sin que desde los gobiernos se acuda a la raíz del problema. La rendición de cuentas y la transparencia tiene efectos mucho más positivos contra la desinformación que la censura y la represión. Establecer barreras legislativas y tecnológicas a las fake news, en lugar de resolver el problema de desconfianza inicial es un error colosal.

Un reciente artículo de Thomas Rid en The New York Times opinaba que Rusia podría estar utilizando la campaña Black Lives Matter para sembrar la discordia en EEUU. La respuesta más inteligente ante eso, según Abrahams y Lim, sería acabar con el maltrato y racismo existentes en sus fuerzas del orden, en lugar de comenzar a desplegar cortafuegos a las informaciones supuestamente volcadas desde Rusia. Lo mismo sucedería con el modo en que el fascismo se ha extendido por toda Europa realizando populismo con la miseria y la desigualdad.

El artículo concluye que si no queremos caer en “las trampas de la guerra contra el terrorismo”, será necesario formular políticas más holísticas que consideren las medidas represivas y correctivas en conjunto, aunque precisan que ni es sencillo ni es café para todos, pues los casos de personas que acuden a desinformación sobre cuestiones de salud son muy distintos de los de personas que consumen desinformación política extremista.
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