La tiranía del PIB acaba con el planeta
Menos es más es una enmienda a la totalidad del capitalismo porque, aunque este sistema depredador apenas tiene 500 años, es sencillo demostrar cómo históricamente las élites han deteriorado el bienestar de las personas y el planeta. Para ello, Hickel se remonta al fin del feudalismo y cómo entre 1350 y 1500 Europa vivió su edad de oro del proletariado. Derrocado el régimen feudal y con países como Alemania donde los campesinos llegaron a controlar el 90% del país, la salud de la humanidad y de la
Tierra mejoró significativamente.
Mientras el feudalismo contribuyó a la deforestación, al exceso de pastoreo, al agotamiento de la fertilidad de las tierras... cuando los campesinos libres tomaron el control, la situación cambió radicalmente, incluso en las urbes. Las rentas descendieron, el precio de la comida se abarató tejiendo una economía de subsistencia autosuficiente, la alimentación mejoró (y la esperanza de vida) y los salarios llegaron en algunos casos a multiplicarse por seis.
Las élites europeas, como cabía esperar, no estaban muy satisfechas y la triada de nobleza, Iglesia y burguesía comerciante cerraron filas se organizaron para expulsar a los campesinos de sus tierras, cercando el procomún (pastos, bosques, ríos...). Aquello supondría la matanza de campesinos como la de 100.000 personas en Alemania en 1525. En tres siglos, enormes extensiones de tierras fueron cercadas y millones de personas expulsadas; un auténtico expolio y el inicio del capitalismo y la destrucción de la Tierra.
Exprimir a la clase trabajadora
El siglo XVI sirvió para sentar las bases del sistema actual: destruir las economías de subsistencia autosuficiente permitió, por un lado, generar mano de obra barata dispuesta a trabajar por lo que le pagaran y, por otro, consumidores de lo que ya no podían autoproducir. Mientras, las élites se lucraban, aprovechando además toda la riqueza procedente de las colonias, especialmente de América, a la que se explotó en términos de materiales y de personas. Se estima que sólo de África se movilizaron 15 millones de esclavos.
A medida que se arrasaba con las teorías animistas que consideraban a la Tierra como un ser vivo y filósofos como Kant situaban al hombre por encima de cualquier otro ser vivo, la esencia del capitalismo, que no es otra que el crecer por el crecer, se consolidaba. Para ello, se crearon y mantuvieron unas condiciones de escasez artificial porque, como llegó a afirmar David Hume, "en años de escasez, si no es extrema, siempre se observa que los pobres trabajan más y verdaderamente viven mejor". Obviamente, esto no es verdad, como demuestra la caída de la esperanza de vida respecto a los años de campesinos libres.
El PIB mide el bienestar del capitalismo
La medición del Producto Interior Bruto (PIB) está tan asimilada que pareciera que hubiera estado entre nosotros toda la vida. Sin embargo, como relata Hickel, fue un sistema de contabilidad creada por el economista de origen bielorruso Simon Kuznets tras la Gran Depresión por encargo del gobierno de EEUU. Cuando lo creó, el propio Kuznets puntualizó que el PIB mide lo que se produce, pero ni si lo que se produce es beneficioso o perjudicial, ni si acarrea costes ecológicos y sociales. Por este motivo, advirtió de la necesidad de acompañarlo de otras métricas que lo complementaran.
Llegó la Segunda Guerra Mundial y aquel debate se diluyó y, tras las posguerra, la medición del PIB, sin ninguna otra consideración, pasó a ser el estándar. El PIB, en realidad, mide el bienestar del capitalismo, no de las personas ni el planeta, como apunta el autor de Menos es más. Los economistas estiman que la economía mundial ha de crecer anualmente al menos un 3% para garantizar que la mayor parte de los capitalistas obtengan una rentabilidad positiva.
Todas las economías mundiales están obsesionadas por crecer aumentar el PIB, a costa del medio ambiente. Hay que producir más y más, lo que requiere de más materiales, y las cifras que nos descubre Hickel son escalofriantes. Si en 1980 el uso mundial de materiales ascendía a 35.000 millones de toneladas anuales, en el año 2000 ya eran 50.000 millones y en 2017, 92.000 millones de toneladas anuales. Los científicos calculan que la huella material no debería exceder de 50.000 millones de toneladas anuales, pero la duplicamos ampliamente.
Claro está, este voracidad de materiales no se reparte equitativamente en todo el mundo: en los países de ingresos bajos apenas se consumen 2 toneladas por persona y año, frente a las 28 toneladas de los países de ingresos altos (en EEUU se dispara hasta las 35 toneladas). Para que fuera realmente sostenible, el consumo medio por persona y año no debería exceder las 8 toneladas.
La solución es decrecer
En opinión de Hickel, la solución pasa por decrecer para salvar al mundo. No es algo nuevo, pues como relata en sus páginas, ya en 1972 un grupo de científicos del MIT publicó un revolucionario informe titulado Los límites del crecimiento en el que planteaban diferentes simulaciones para finales del siglo XX. El ansia por hacer crecer incesantemente el PIB ha devenido en el colapso ecológico y climático.
No basta con la descarbonización, porque al consumir más, precisamos más energía. De hecho, el autor del libro cuenta cómo en la actualidad el mundo produce 8.000 millones más de megavatios hora anuales de energía limpia que en 2000; sin embargo, la demanda energética ha aumentado 48.000 millones de megavatios hora en el mismo periodo. Lo mismo sucede con el reciclaje y la economía circular, que tampoco basta. Si en 2018 la tasa de reciclaje de la economía mundial era del 9,1%, en 2020 descendió a 8,6%, no porque se reciclara menos, sino porque su crecimiento no da abasto con el incremento de lo producido. Crecer, crecer, crecer... ese es nuestro mal y condena.
En la segunda parte de Menos es más, Hickel aporta ingredientes para esa receta de decrecimiento, priorizando un mejor reparto de la riqueza y el impulso del procomún. A fin de cuentas, el 60% más pobre de la humanidad recibe solo alrededor del 5% de la renta mundial total, mientras el 1% más rico ha acumulado una riqueza de 158 billones de dólares, lo que representa casi la mitad del total mundial. Es preciso terminar con la obsolescencia programada, la publicidad consumista, el desperdicio de alimentos reducir el tamaño de industrias ecológicamente destructivas, como la de combustibles fósiles o la cárnica, que utiliza casi el 60% de los terrenos agrícolas para la producción de carne de vacuno. Y de nuevo, la desigualdad, pues mientras que en India se consumen 4 kg de carne por persona al año o en Kenia 17 kg, en EEUU la cifra escala hasta los 120 kg.
Decrecer tendría que traer mayor bienestar a la humanidad y al planeta, resolviendo problemas asociados como la falta de empleo -al producir menos- con reducciones de la jornada laboral para dar trabajo a un mayor número de personas. Sin embargo, no es una tarea sencilla, pues los gobiernos son los primeros que no están por la labor. "El capitalismo tiende a ser antidemocrático y la democracia tiende a ser anticapitalista", afirma Hickel en sus páginas, como prueba, por ejemplo, que a pesar de que en el Sur global vive el 85% de la población mundial, sus países tienen menos del 50% de los votos en organismos como el Banco Mundial o el FMI, donde un pequeño número de países ricos tiene un porcentaje desproporcionado del total de votos.
En este sentido, no deja de ser curioso que los tres únicos gobiernos que han intentado poner en marcha métricas distintas al PIB para medir también el bienestar de las personas y la ecología han sido liderados por mujeres y dos de ellas hayan dimitido este año: hablamos de la primera ministra de Nueva Zelanda Jacinda Ardern, que dimitió en enero; la ministra principal de Escocia Nicola Sturgeon, que dejó su cargo en febrero; y la que todavía lidera el gobierno de Islandia Katrín Jakobsdóttir.
Hickel confía en los movimientos ciudadanos, en cómo la idea de decrecimiento cada vez cala más en los economistas, cómo el consenso científico tendrá que imponerse finalmente al actual "sistema político que permite que unos pocos saboteen nuestro futuro colectivo para su propio beneficio personal". El autor sostiene que "no va a ser fácil" y que "sigue habiendo preguntas difíciles para las que aún no tenemos todas las respuestas" pero, tras la lectura de Menos es más, el lector lo tendrá claro: la salvación pasa por decrecer, la nuestra y la del planeta, porque ni siquiera en los países con más PIB se es más feliz, más bien al contrario, hay mayores tasas de depresión, suicidios... Es hora de acabar con el crecentismo.
(Artículo en Público)
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