Sunak recupera el peor Reino Unido
Hace ya varias meses que escribí sobre Bibby
Stockholm, el barco cárcel por el que ha apostado el premier británico, Rishi Sunak, para hacinar
a solicitantes de asilo y quitárselo de
en medio. Entonces, lo califiqué de “prisión
para personas inocentes, vulnerables, que huyen de sus países para intentar
salvar sus vidas”. Hoy, lamentablemente, ya podemos atribuirle
la primera víctima mortal, pues el pasado martes conocíamos por la BBC que una de las personas encerradas se ha
suicidado. Sunak ha recuperado el peor Reino Unido, el más xenófobo
e inhumano que lleva a su nación a los tiempos en los que sus propios padre y
madre podrían haber embarcado en el Bibby Stockholm.
Aunque Sunak nació en Southampton, su padre lo hizo en Kenia y su madre en Tanzania, ambas pertenecientes en el pasado al imperio colonial que tanto castigó Gran Bretaña. Los dos emigrantes, que quizás hoy Sunak habría encerrado en la prisión flotante, se conocieron ya en Inglaterra y aunque disfrutaban cierto acomodo económico, la fortuna que hoy respalda a Sunak no procede tanto de sus progenitores o su propio empeño, sino de su esposa, hija del multimillonario indio Narayana Murthy, cofundador del gigante de servicios tecnológicos Infosys. Ya saben que para racistas y xenófobos, la discriminación es directamente proporcional al nivel de pobreza del discriminado; si trae pasta da igual su origen, el color de su piel, incluso, su situación legal.
Sunak encarna a la perfección lo que se vive a pie de calle en ciudades como Londres. Durante mis años de vida allí, jamás vi tratar peor a migrantes que a los propios migrantes que conseguían medrar. Bastaba que un migrante, especialmente los procedentes de excolonias británicas, fuera nombrado gerente de una tienda o un café para que éste literalmente machacara a sus compatriotas subordinados, olvidando lo que él mismo había sufrido en sus propias carnes.
Sunak es de la misma calaña, multimillonario, pero de una podredumbre moral escandalosa. Y lo proyecta en sus políticas, a pesar de que cuando asumió el cargo aseguró que "uniré a nuestro país no con palabras sino con acciones". Su apuesta ha sido unir pisoteando vidas humanas. La cárcel flotante de Bibby Stockholm sólo es la punta del iceberg. Coincidiendo con el suicidio a bordo, logró sacar delante de manera inicial su ley Ruanda por 313 votos a favor y 269 en contra. Básicamente consiste en deportar masivamente a migrantes a este país africano, independientemente de la procedencia de las personas que hayan huido a Reino Unido. Sobre el papel, el acuerdo suscrito con Kigali contempla que esos solicitantes de asilo no podrán ser devueltos a países en los que su vida o su libertad se vean amenazadas. Sin embargo, ¿alguien en su sano juicio cree que un país como Reino Unido, que se sacude de ese modo tan cruel a seres humanos vulnerables, velará por que al menos se cumpla esa premisa? En absoluto.
Cuando pensamos en políticas xenófobas y discriminatorias, acostumbramos a dirigir nuestra mirada a países europeos como Hungría y su mezquino presidente Viktor Orbán, pero no es necesario irse tan lejos. Más cerca, en Reino Unido, tenemos al lobo disfrazado de cordero. La democracia que durante tanto tiempo se exponía como ejemplo de madurez se ha tornado en una trituradora de seres humanos, tanto por ser el hábitat natural en el que el capitalismo ejecuta su carnicería, como por las políticas de exclusión que está poniendo en marcha Sunak, el mismo que participó en las fiestas covid de Boris Johnson y saltó a diarios como The Independent por aparecer como beneficiario de fideicomisos de paraísos fiscales en las Islas Vírgenes Británicas y las Islas Caimán.
Las políticas llevadas a cabo por Sunak ilustran a la perfección lo que el pasado lunes exponía al compartir esos mecanismos de defensa del capitalismo de los que habla el sociólogo William I. Robinson en su obra Mano Dura (errata naturae), esa guerra oficiosa contra las personas pobres, contra las migrantes. Considerando que Sunak fue un fiel defensor del Brexit y que éste se sustentaba sobre medidas como estas, no cabía esperar gran cosa del primer ministro. De la sociedad británica, en cambio, sí, pero parece seguir aletargada, cociéndose a fuego lento en su inmundicia moral.
(Artículo en Público)
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