La amenaza Trump se abre paso
Dos días antes de las primarias de New Hampshire, Ron DeSantis se apea de la carrera presidencial. Así las cosas, el camino republicano hacia la Casa Blanca cuenta con dos únicas opciones, Donald Trump y Nikki Haley, la que fuera exembajadora estadounidense ante la ONU. El excéntrico expresidente ya ha marcado otra muesca en su revolver por la caída de DeSantis y ha comenzado a gravar la que vendrá con la de Haley. Incluso aunque mañana el resultado esté más ajustado en New Hampshire, todo indica que solo será algo de respiración asistida para una candidatura de Haley que agoniza.
La última encuesta nacional, realizada a finales del año pasado por Yahoo News y YouGov, reveló que Trump sacaba 51 puntos de ventaja a Haley. Entonces, la distancia con DeSantis era de 34 puntos y éste ya descansa en la estantería de Trump como un trofeo más. No parece que la candidata lo vaya a tener fácil, ni siquiera con el endurecimiento de su discurso, como de hecho ya ha comenzado a hacer. En los caucus de Iowa, Trump obtuvo más apoyos que sus dos rivales juntos, mejorando ampliamente sus propias previsiones.
El modo que Trump se ha ventilado al que se presentó cómo su gran relevo republicano ha sido pasmoso. En esa caída, sin embargo, han tenido mucho que ver los desméritos de DeSantis, que se ha ido desdibujando en el último año. Ha pasado de ser el gran vencedor de Florida, asentando el poderío ultraconservador en ese Estado, a abandonar la carrera presidencial en cierto clima de humillación, cediendo su apoyo a Trump y jurándole lealtad, sumiso. A fin de cuentas, DeSantis tiene 45 años y sabe que tendrá más oportunidades de sumarse a una carrera presidencial; ojalá no sea así, porque el radicalismo ultraconservador de este personaje ya ha desbaratado libertades civiles.
El duelo con Haley por la segunda posición convertido en un escaparate de graves descalificaciones ha terminado por pasarle factura –a ella también-, terminando de estrellarse el pasado mes de noviembre cuando el debate contra el demócrata Gavin Newsom no tuvo el efecto revulsivo que esperaba, más bien al contrario. DeSantis quiso saltar a la escena nacional, confiado desde sus dominios en Florida, pero ha resultado no estar preparado para jugar las grandes ligas, por utilizar lenguaje estadounidense. Recuerda en cierto modo a lo sucedido en España con Alberto Núñez Feijóo, que apalancado en sus mayorías absolutas gallegas llegó a Génova como el mesías salvador del PP y, pese a haber ganado las elecciones –como todavía hoy desde la oposición, repite como un mantra que ya roza lo patológico-, ha ido demostrando su poca preparación para la escena nacional.
Se va despejando el camino para que Trump sea el candidato republicano a la Casa Blanca y, siendo realistas, hoy por hoy todo indica que aplastará a Joe Biden. No es rival para él, pues ni siquiera los reveses judiciales que está recibiendo lo debilitan; en su lugar, lo han reforzado, han fortalecido su candidatura. Si no fuimos pocos quienes consideramos que la candidatura de Biden fue un error –y que debería haberse echado a un lado para despejar la vía a Kamala Harris-, con su apoyo incondicional a Israel y su genocidio ha cavado su propia tumba electoral.
El voto más joven no le va a perdonar fácilmente que esté financiando y armando a un genocida como Netanyahu. En este escenario y salvo un inesperado giro estratégico demócrata –que debería implicar un cambio de candidato-, volveremos a ver a Trump en la Casa Blanca, aún más crecido que la última vez, sintiéndose más impune, más poderoso para desplegar sus políticas racistas y xenófobas, sus recortes de libertades y empapar su mandato de esa mirada misógina que le acompaña.
La elección de Trump trasciende las fronteras de EEUU por su capacidad para poner patas arriba el contexto internacional, peligrosamente patas arriba. De ahí que haya tantas miradas posadas en ese país, pero éstas no se dirigen tanto al bando republicano, donde se da por hecho al candidato Trump, como al demócrata, exigiéndole una rectificación, otra candidatura alternativa al frágil Biden. Y lo más triste de todo es que desde el resto del mundo nos encomendemos al Partido Demócrata porque sabemos que nuestros propios gobiernos, por muy progresistas que digan ser –aunque avanzan los conservadores- siempre terminan agachando la cabeza ante Washington.
(Artículo en Público)
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