Ni casualidades ni cuestión de estándares
Tras la sentencia del Tribunal Supremo que asegura que España retornó ilegalmente a menores marroquíes no acompañados en la frontera ceutí, Pedro Sánchez debería haber cesado fulminantemente al ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska. En su lugar, le regaló palmaditas en la espalda. No sólo eso, sino que tras su comparecencia en el Congreso en la que el ministro se regodeó en su inmundicia moral, reprochó a Cruz Roja que renuncie a seguir prestando atención en el aeropuerto de Barajas a las personas migrantes solicitantes de asilo por la insalubridad de las salas destinadas a ello. ¿Acaso los estándares de Derechos Humanos de Marlaska distan mucho de lo que recoge la Declaración Universal de Derechos Humanos y nuestro ordenamiento jurídico?
Basta leer el artículo que hoy firma Jairo Vargas para darse de bruces con la realidad: hasta 400 personas permanecen hacinadas, a veces más de una semana, en las salas de viajeros inadmitidos y para solicitantes de asilo del aeropuerto de Barajas (Madrid). El proceso de registro de la petición y su admisión a trámite o rechazo por parte de la Oficina de Asilo y Refugio (OAR), dependiente de Interior, está desbordado. De tener que requerir cuatro o cinco días, ha pasado a cerca de 15, tiempo durante el cual las personas que solicitan el asilo no pueden abandonar las instalaciones.
El hacinamiento no es el único problema: a estas intolerables condiciones que sufren personas que llegan huyendo de dramáticas situaciones se suma que las instalaciones no cumplen un mínimo de salubridad, según denuncian organizaciones como la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Las imágenes hablan por sí solas pero, lamentablemente, no son nuevas.
El Defensor del Pueblo viene haciéndose eco de numerosas denuncias desde al menos 2021, recomendando durante todo ese tiempo que se informe debidamente a las personas solicitantes de asilo, facilitando la comunicación con sus abogados y familiares; que no se proporcione la misma comida que a cualquier detenido, sino adaptada a menores de edad, mujeres embarazadas y personas con tratamientos médicos; que se higienicen y acondicionen las dependencias, efectuando las reparaciones necesarias y llevando a cabo un sistema de mantenimiento periódico adecuado para evitar la degradación.
Nada de eso se ha hecho, a pesar de contar incluso con respaldo judicial y policial, y Cruz Roja, que incluso ha denunciado una plaga de chinches en las instalaciones, ha optado por suspender la atención prestada como medida de protesta. En su lugar, la solución que se le ha ocurrido a alguna cabeza pensante de Interior es trasladar al Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche (Madrid) a las personas que llegan a Barajas solicitando protección internacional. El mismo CIE que acumula desde hace años denuncias por malos tratos a las personas encerradas –que no internadas- y reiteradas violaciones de derechos humanos. Entidades que intentan desempeñar su labor humanitaria en estas dependencias vienen denunciando que los abusos policiales y la falta de recursos sanitarios las han convertido en "territorio hostil".
La mayoría de las personas hacinadas en Barajas llegan de África, fundamentalmente de Somalia, aunque en los últimos meses se han sumado senegaleses y marroquíes. Algunos de ellos llegan con documentación falsificada y en lugar de atajar la causa por la que esto sucede, Marlaska pretende imponerles más trabas con la exigencia de visados en tránsito. El problema real, como vienen denunciando quienes llegan solicitando asilo son las corruptelas que se dan alrededor de los consulados españoles en el extranjero, con el servicio de citas en muchos casos externalizado y donde los sobornos para acelerar los trámites están a la orden del día. Como en el caso de las denuncias de la insalubridad de las instalaciones de Barajas, el titular de Interior que más tiempo lleva en el cargo no ha movido un dedo.
Cuando estalló la guerra en Ucrania y sus habitantes llegaron en masa a España en busca de protección internacional, ninguna de ellas pisó un CIE; de hecho, se diseñó un procedimiento exprés para saltarse los cauces administrativos habituales para obtener asilo. Aquellas caritas rubias con ojos azules encontraron el abrigo que merecían, imagen que choca con las miradas tristes de las personas negras comidas por las chinches en Barajas. Personalmente, no creo en las casualidades, como tampoco que el modo en que Marlaska pisotea los derechos humanos sea una cuestión de estándares. Sencillamente, es otra cosa, póngale usted nombre.
(Artículo en Público)
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