El lunes no está en juego Sánchez, lo está nuestra democracia
Más allá de decisiones personales absolutamente legítimas y que todo el mundo debería respetar, la cuestión de si Pedro Sánchez debe dimitir o no trasciende a su misma figura, afectando de pleno a nuestra democracia. Marcharse es otorgar la victoria a un modo de hacer política que choca frontalmente con nuestro sistema de convivencia, con ese marco constitucional que tanto elogian, precisamente, quienes más lo pisotean. Dimitir es abrir la puerta de par en par al hostigamiento político para eliminar de un plumazo a rivales con los que en las urnas no se puede.
Soportar el nivel intimidación, insultos y ataques directos a seres queridos que lleva años sufriendo Pedro Sánchez va mucho más allá de la legítima crítica política y, evidentemente, no es algo exigible. Otros en el pasado sufrieron lo mismo y no pudieron con ello, como Pablo Iglesias, sin ir más lejos. El error entonces fue no cortarlo de raíz, como tampoco se cortó el acoso y derribo judicial que sufrió Podemos como formación o, más recientemente, Mónica Oltra.
Aquellos logros de la derecha le han dado alas para lo que hoy acontece a Pedro Sánchez. Los tentáculos de la derecha se extienden por todo el sistema y, haciéndose eco de las palabras de José Mª Aznar llamando a la insurrección en las medida de cada cual, se mueven las piezas, también en la judicatura. De otro modo es difícil de entender que un juez admita a trámite una denuncia de recortes de prensa con bulos probados, a pesar de que el Tribunal Supremo ya determinó en un caso contra el rey emérito que este proceder no era admisible.
Lo que aquí está en cuestión no es la gestión de Sánchez, sino el modo en que la derecha quiere eliminarlo políticamente. Incluso entre quienes piensan que el actual presidente no debería estar al frente del país, la fórmula antidemocrática que están empleando los sectores más conservadores del país es absolutamente indefendible. Y el problema con el que se topa la democracia española es si avala estas prácticas mafiosas o por el contrario vuelve a confiar en el resultado de las urnas. Así de sencillo.
La marcha de Sánchez no resuelve el dilema, de hecho, lo agrava. En lo que a su persona y su esposa se refiere, los ataques no cesarán, más aún si es cierto que ha puesto las miras en Europa, en cargos como la presidencia del Consejo Europeo. En lo que a nuestra democracia se refiere, no habrá marcha atrás: se dará luz verde al hostigamiento personal continuo al rival político, utilizando para ello mentiras y medios de comunicación y generadores de contenido convertidos en sicarios de la desinformación. Eso es, en realidad lo que se juega España.
El error de Sánchez ha sido publicar su periodo de reflexión; debiera haber asumido esa introspección en la intimidad y, alcanzada una decisión, fuera cual fuera, exponer sus motivos y procesos. No ha sido el caso, es humano, y ni siquiera en esa coyuntura la derecha que lo quiere aniquilar tiene piedad. Aficionada la derecha a los matadores de toros, tras haber sacado a los picadores y haber clavado ya el estoque, está ansiosa por el descabello.
En cierto modo, salvar la democracia -o al menos, no entregarla ya- puede implicar sacrificar una figura del tablero, que en esencia es lo que supondría la no dimisión de Sánchez por el coste personal que ha de asumir; por el contrario, salvar esa ficha no nos costará el rey -ojalá-, pero sí la partida entera.
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