Feijóo y Puigdemont tienen mucho en común
Carles Puigdemont tiene un aura oscura, siniestra; pese a haber demostrado que antepone su interés al del catalanismo que defiende, ha logrado no perder apoyo electoral. A diferencia de Oriol Junquera, Puigdemont no asumió las consecuencias de sus actos y prefirió convertirse en un prófugo de la justicia, traicionando a quienes habían sido sus socios. Ahora, de nuevo no dudará en traicionar lo prometido con tal de salvarse y no tener que dimitir, tal y como afirmó que haría. El líder de Junts es indigno del servicio público que ansía conquistar.
Puigdemont aseguró que dimitiría si no conseguía ser presidente. Con un resultado electoral que evidencia que el procés ha muerto y que Catalunya no quiere la independencia de manera mayoritaria, el todavía prófugo de la justicia ha deslizado que hará cuanto sea necesario gobernar la Generalitat. Eso implica necesariamente que el PSC se abstenga para hacerle presidente y, con el fin de conseguir tal insólita exigencia, el líder de Junts no dudará en amenazar con incumplir lo pactado en política nacional.
El gobierno de coalición -no sólo el PSOE- ha ido cumpliendo con lo pactado con Junts y ERC. A pocos días de aprobarse la cuestionada amnistía, Puigdemont chantajea con no apoyar unos Presupuestos Generales del Estado si Salvador Illa no le hace presidente, pese a haber quedado muy por detrás del PSC en las elecciones. Este hecho lo convierte es un tipo políticamente despreciable, no es de fiar y, en su misma traición al Gobierno de España se destila traición al pueblo catalán negándole los resultados electorales.
¿Puede el PP entonces sacar pecho y afirmar que tenía razón cuando repudiaba a Puigdemont? En realidad no y, de hecho, el propio Alberto Núñez Feijóo admitió haber intentado pactar también con él. Si algo han demostrado las elecciones catalanas es que la vía abierta por Pedro Sánchez ha normalizado la vida en Catalunya; resta ahora dar una oportunidad a este nuevo planteamiento. Para ello, como apuntaba ayer, es preciso que ERC esté a la altura y no se haga el harakiri impidiendo el gobierno de Illa.
También el PP, si tuviera sentido de Estado, facilitaría un gobierno socialista en Catalunya, pero como sucede con Puigdemont, esta altura política brilla por su ausencia. En lugar de anteponer la buena marcha económica de España y la estabilidad que aplauden organismos como el FMI y la OCDE, los de Feijóo están dispuestos a permitir el chantaje de Junts con tal de hacer caer a Sánchez e intentar un nuevo asalto al poder, con todos los riesgos y frenazo al bienestar que este proceso implica. La máxima de permitir gobernar a la fuerza más votada, incluso cuando se gana con tanta contundencia, vuelve a obviarse cuando no beneficia al PP.
Feijóo y Puigdemont tienen mucho más en común de lo que les gustaría. Ambos practican una política mezquina, mercenaria en la que la ciudadanía es una mera moneda de cambio. El hecho de que pese a estar en venta continua -muchas veces de saldo-, una parte de la sociedad siga prestándoles apoyo es preocupante, porque evidencia una miopía política que roza la ceguera. Y como quien circula kamikaze por la autovía, se puede llevar por delante vidas inocentes.
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