La única riqueza que la derecha desprecia

Ayer se celebró el Día Mundial de las Personas Refugiadas. A las 10:30 horas, en la Plaza de la Constitución de Málaga, tuvo lugar una concentración en protesta por el Pacto Migratorio y de Asilo europeo, convocado por organizaciones como Amnistía Internacional, Málaga Acoge, APDHA, Asociación Tierra Matria y Bienvenid@s Refugiad@s Málaga. El momento más enriquecedor del día llegaría unas horas más tardes, durante la olla comunitaria en la sede de Málaga Acoge, donde personas llegadas de las más diversas partes del mundo en busca de protección internacional no sólo compartieron mesa, sino cocina, elaborando conjuntamente platos típicos de sus países de procedencia.

Tuve la fortuna de participar en ambos actos y, durante esa olla comunitaria, reviví las sensaciones que tuve la última vez que visité Madrid. Recuerdo que iba en el metro, alcé la mirada al resto del vagón y me maravilló ver la diversidad de razas y nacionalidades que se concentraba allí. Lo que desprecian otros, jaleados abiertamente por la extremada derecha de VOX o SALF, incluso por el PP, a mí me fascinó. Me invadió un orgullo de ser madrileño, de ver cómo mi ciudad se enriquece con toda esa diversidad y cuánto podemos aprender unxs de otrxs. Me encantó la visión que tenía ante mí, sin justificar la llegada de personas migrantes porque hacen falta para las pensiones o para cubrir empleos que los nacionales no desean. Nada de eso, sencillamente, porque quiero saber de ellas, quiero que me ayuden a hacer mejor la ciudad que compartimos.

Ayer, por unos instantes, olvidé el deleznable Pacto Migratorio que fraguaron los supuestos partidos más democráticos antes de que se produjera el ascenso del fascismo tras las últimas elecciones europeas; o el hecho de que España esté a la cola de la UE en reconocimiento de asilo, según el último informe de CEAR. Ni siquiera que buena parte de las personas que allí había no puedan aparecer en fotografías porque sus vidas corren peligro por estar perseguidas.

Lo que vi fue a un grupo humano preparando cuscus, tajine, ceviche, arepas, sancocho... disfrutando cocinando, bailando, comiendo juntos y juntas, uniendo varios continentes entre sí sin importar nada más, mezclándose, escenificando lo más parecido a lo que sería un mundo ideal, en el que no había nadie por encima de nadie, en dónde se compartía todo, se disfrutaba todo...

Por todo lo vivido ayer se me antoja todavía más incomprensible que un espacio como esa sede de Málaga Acoge, cuya labor durante décadas ha sido encomiable, sea vendida a un fondo israelí para hacer apartamentos turísticos. ¿Puede haber mayor indignidad? Puede: que quien la ha vendido y vaya a dejar en la calle a la ONG -y las miles de personas a las que ayuda-, sea la Junta de Andalucía, propietaria del inmueble. El presidente andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla presume de "moderado y dialogante". No lo es en absoluto. Ni una cosa ni otra y con la vileza de su venta lo está demostrando. No merece siquiera calificarse de servidor público. Ojalá la vida le devuelva su proceder con más crudeza aún, quizás así, tenga un mínimo de humanidad. De sucederle, seguro que habría una ONG como Málaga Acoge que, incluso a alguien como a él, no lo dejaría caer, pese a que ahora él no sólo lo hace, sino que aplasta con la bota de su mayoría absoluta.

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