Ecología proletaria para afrontar la emergencia climática

 

El movimiento por el clima está perdiendo. Con este punto de vista tan pesimista como realista, el profesor de Geografía en la Universidad de Siracusa Matthew T. Huber, inicia su ensayo El futuro de la revolución. A pesar de ello, este libro editado en España por Errata Naturae no se regodea en el pesimismo y busca reaccionar, plantear una estrategia revulsiva que invierta la situación. Para ello, Huber nos lleva de la mano en una revolución ecologista desde la óptica marxista.

Ecologismo marxista, ¿es posible? Para el autor de la obra lo es, analizando la actual situación de emergencia climática desde un punto de vista de lucha de clases. Para Huber, una parte del fracaso de las actuales estrategias climáticas se origina en el diagnóstico fallido de la situación. Como sucede en cualquier otro movimiento social, es preciso realizar un análisis de la estructura de poder e identificar exactamente a quién hay que derrotar, superar o persuadir para alcanzar el éxito.

El futuro de la revolución es una enmienda a la totalidad a los medios de producción que, en último extremo, son los culpables y quienes se enriquecen con los combustibles fósiles y con la transición energética tal y como se ha planteado hasta la fecha. Y ello a pesar de que quienes dominan estos medios son una minoría. Como buen marxista, Huber afirma que para combatir la emergencia climática es preciso un movimiento popular de masas y sólo la clase trabajadora tiene capacidad para lograrlo.

Históricamente, la élite capitalista ha depositado la responsabilidad de la lucha medioambiental en la clase trabajadora, en una suerte de reparto de cuotas de responsabilidad y del peso de las pequeñas acciones individuales. Tal y como recuerda en su ensayo Huber, en ocasiones este planteamiento roza lo escandaloso, como cuando en 2017 un estudio publicado en Environment and Research Letters planteaba que tener un hijo menos de media en los países desarrollados supondría reducir las emisiones de 56,8 toneladas de CO2 al año.

Esta idea de la huella de carbono, en opinión del autor, es una argucia capitalista que lo que realmente oculta es la privación de elección de la clase trabajadora y la opacidad sobre quién se está enriqueciendo. A fin de cuentas, ¿qué posibilidades reales tiene una persona trabajadora de optar por un consumo de bienes más sostenibles cuando el precio de éstos es disparatado en comparación con su salario?

El libro plantea cómo las emisiones industriales son la base de todas las demás e ilustra tal afirmación mirando a industrias como las del acero y el cemento, responsables de cerca del 17% de las emisiones globales. Aunque en todo el mundo existe algo más de 600 empresas que producen cemento, únicamente 10 acaparan el 60% de toda la producción mundial. El gigante Holcim Limited, con más de 345 toneladas de cemento al año, produce el 8% del total. Afinar acciones concretas en esta corporación equiparía impactar en el 0,5% de todas las emisiones globales de CO2 del mundo.

Entre la clase capitalista y la clase trabajadora, Huber contempla otra más, la profesional, compuesta por esos licenciados universitarios de los más diversos campos (divulgadores, científicos, periodistas, tecnócratas…) que se dividen en los dos bandos. Sin embargo, incluso en su variante más ecologista, esta clase no se encamina en la buena dirección, según expone el ensayo. Su remordimiento por el carbono lleva a plantear estrategias como el decrecimiento que, sobre el papel, suena bien, pero no tanto a la hora de llevarla a la práctica.

“El decrecimiento es un movimiento aplastantemente de y para la clase profesional”, afirma Huber, que señala los resultados de un estudio que revelaba que a quien más atrae es la gente blanca, de clase media con niveles bastante altos de estudios. ¿Cómo pedir a la clase trabajadora que consuma menos si buena parte de ella ya vive con lo justo? Tanto es así que, incluso la clase profesional vive el creciente precariado y se proletariza a pasos agigantados.

Huber tiene claro que “la respuesta al cambio climático implica una lucha política colosal contra algunas de las corporaciones más poderosas del planeta”. Y esta lucha, desde luego, no pasa por estrategias como el coste social del carbono, emprendida por la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de EEUU  durante la Administración Obama: se quiso medir en dólares el perjuicio a largo plazo causado por una tonelada de emisiones de CO2 en un año concreto. Si entonces se cifró en 45 dólares por tonelada, en el primer mandato de Donald Trump bajó a 1 dólar. La inminente llegada de Trump a la Casa Blanca y el nombramiento del petrolero Chris Wrightpara ser secretario de Energía no barrunta un futuro inmediato mejor.

Así las cosas, ¿hay esperanza? La hay, pero la clase trabajadora ha de tomar conciencia de su posición estratégica en el sitio de producción, algo que le da un poder estructural sobre la fuente de beneficios del capital. En este planteamiento, se precisa también acción política, claro está, para lo que se antojan imprescindibles “candidatos insurgentes dispuestos a rechazar el apoyo de las grandes corporaciones y a enfrentarse directamente al capital”.

Como ejemplo de este perfil de candidato, el ensayo expone a Bernie Sanders, que buscó construir una ecología proletaria considerando que los derechos económicos son también derechos humanos. Sanders, sin embargo, fue víctima de la propia lucha que se da en el Partido Demócrata entre la élite profesional progresista y la clase trabajadora, inclinándose la balanza por la primera.

Revertir la actual situación climática, afirma Huber, pasa por la recuperación de sectores absolutamente estratégicos en esta senda de descarbonización como es el sector eléctrico. Para ello, este profesor universitario llega a plantear una huelga masiva del sector, con ayuda de los sindicatos, que paralizara esta sociedad cada vez más digital. Ya en 1920, recuerda Huber, Lenin sostuvo que “el comunismo es el poder de los sóviets [en cuyos consejos obreros estaban representados los trabajadores] más la electrificación de todo el país”.

El futuro de la revolución constituye una interesante propuesta que combina ecologismo y marxismo en una mezcla virtuosa capaz de salvar al planeta, según su autor. Dada la debilidad de la izquierda, Huber hace un llamamiento a recuperar el concepto del bien común por encima del beneficio privado. “No necesitamos mejores ideas sobre política medioambiental para solucionar el cambio climático: necesitamos una clase trabajadora más fuerte”, concluye.

(Artículo en Público)

Next Post Previous Post

Sin comentarios