Geoingeniería solar, la nueva excusa para seguir contaminando

 

Los gobiernos del mundo continúan siendo incapaces de reducir el ritmo de emisiones contaminantes a la atmósfera. En su lugar, apuestan por fórmulas cada vez más descabelladas para combatir la emergencia climática, muchas de ellas interviniendo artificialmente en la naturaleza para mitigar los efectos de la polución. Una de las últimas –y más polémicas- es la geoingeniería solar, consistente entre otros métodos en rociar la atmósfera con partículas de ácido sulfúrico para reducir la radiación solar, reflejando la luz al exterior y disminuyendo así la temperatura.

¿Es una buena idea construir esta suerte de barrera reflectante contra la radiación solar? La de las partículas de azufre no es la única variante existente de geoingeniería solar, hay otras, como la consistente en la inyección de niebla salina en nubes marinas poco profundas. En este último caso, el aclaramiento de nubes marinas busca aumentar su reflexión de la luz solar y reducir la cantidad de calor absorbido por el agua que se encuentra debajo.

Desde hace años, diversos estudios científicos desaconsejan estas prácticas de modificación de los efectos de la radiación solar (SRM, por su acrónimo en inglés). En 2023, la Unión Europea de Geociencias se unió a las voces críticas, advirtiendo de su adopción es fruto de una visión cortoplacista que obvia los efectos negativos que puede traer consigo a largo plazo. Casi una década antes, otra investigación publicada en la prestigiosa revista Environmental Research Letters alertaba de cómo esta intervención artificial sobre el medio ambiente podría provocar grandes sequías, con reducciones de hasta un tercio en las precipitaciones en Sudamérica, Asia y África.

La cantidad de literatura científica contra la geoingenieríasolar es tal que su defensa podría decirse que va camino de convertirse en algo más propio de terraplanistas que de profesionales rigurosos de la ciencia. Los millonarios y fondos de capital riesgo que han venido sosteniendo estas investigaciones tienen un perfil similar, muy ligado al mundo de las tecnologías y las start-ups. Esa élite del Silicon Valley se ha conformado con gurús autoerigidos del siglo XXI capaces de tomar las riendas del mundo a golpe de talonario y criptomonedas.

Este año, tres investigadores de la Universidad Aarhus de Dinamarca han publicado un estudio en Nature que aborda la percepción pública de la geoingeniería solar a partir de grupos de discusión en 22 países, entre los que figura España. El punto de partida de esta investigación pone encima de la mesa uno de los debates que ‘los terraplanistas de la geoingeniería solar’ tienden a opacar: los efectos desiguales de estas prácticas. Financiadas mayoritariamente por una élite del Norte Global, es en el Sur donde peores consecuencias tendría. Por este motivo, la investigación danesa contempla en su muestra a países de todo el planeta, tratando de atajar esta histórica infrarrepresentación.

En este sentido e incluso más allá de los efectos secundarios de esta intervención, el estudio plantea el escaso consenso existente alrededor de la gobernanza de estas iniciativas. Quién debe liderar las pruebas de campo que se realicen y dónde realizarlas no son cuestiones menores, especialmente considerando que las consecuencias pueden trascender esa jurisdicción.

Negar que existe una parte de la opinión pública esperanzada con las falsas promesas de la geoingeniería solar sería ponerse una venda en los ojos, pero incluso esas personas crédulas son conscientes de las desigualdades geopolíticas que pueden derivar en nuevas disputas y conflictos. Existe una preocupación, especialmente en los países del Sur global en vías de desarrollo, acerca de su capacidad real no sólo en la aplicación de estas técnicas en sus estados sino, además, en la planificación de las mismas. No sorprende que los países que menos inquietudes al respecto presentan son aquellos que sufren cierto neocolonialismo de potencias del Norte global, sintiendo que éstas impulsarán o patrocinarán estas prácticas por ellos.

La maquinaria de propaganda ya está en marcha; en lugar de asentar la imperiosa necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, se difunden estudios como uno reciente de la Georgia Tech School of Public Policy en el que afirma que este tipo de intervenciones podrían salvar 400.000 vidas al año. Tras la cosmética de estos números no es posible cifrar las muertes que podría aparejar a medio o largo plazo por recrudecer, por ejemplo, los periodos de sequía.

La geoingeniería solar se ha convertido en un parche sin rigor científico que, en lugar de acabar con las emisiones, busca poder extenderlas. Basta seguir el rastro del dinero para darse cuenta de que entre sus grandes defensores figuran quienes más se lucran con esa dilación contaminante. Por este motivo, más de 2.000 organizaciones de todo el mundo, entre las que se encuentran Fridays For Future, y centenares de académicos (más de media docena españoles) han suscrito un documento reclamandola prohibición de estas prácticas. Frenar el calentamiento global exige reducir nuestra intervención medio ambiental, no aumentarla abriendo la brecha de riesgos. 

(Artículo en Público)

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