Salvar la democracia del golpe de Estado tecnológico
Tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y su pléyade de mil millonarios en el Gobierno, se han extendido términos como ‘tecnocasta’ y ‘oligarcas tecnológicos’, en referencia a los magnates de empresas de tecnología que han extendido su poder económico a la política. El fenómeno no se ha producido de la noche a la mañana. Las grandes tecnológicas llevan muchos años arrebatando cuotas de poder a los gobiernos por la puerta de atrás. Marietje Schaake, directora de Políticas Internacionales del Centro de Políticas Cibernéticas de la Universidad de Stanford, se anticipó a las presidenciales de EEUU y el año pasado publicó The Tech Coup: How to Save Democracy from Silicon Valley (El golpe de Estado tecnológico: cómo salvar la Democracia de Silicon Valley).
Schaake sabe muy bien de lo que habla en su libro, no sólo por sus responsabilidades en la Universidad de Standford, sino porque durante una década (2009-2019) fue europarlamentaria por Partido Liberal Demócrata holandés, centrando su labor en políticas comerciales, de asuntos exteriores y tecnológicas. Esta autora, columnista habitual del Financial Times, está pegada a la tecnología, hasta el punto de que forma parte del Órgano Asesor sobre Inteligencia Artificial de las Naciones Unidas y es miembro de organizaciones como AccessNow.
Esta experta holandesa vivió en sus propias carnes cuánto puede llegar a impactar la tecnología en la democracia. En 2017, acudió a las elecciones generales de Kenia como observadora de la Unión Europea (UE). En aquellos comicios se apostó por la digitalización del proceso, recurriendo para ello a la compañía francesa OT-Morpho. La oposición alegó pucherazo electoral tras haberse visto comprometidos los servidores y, cuando los tribunales reclamaron tener acceso a los servidores, OT-Morpho se lo negó. Finalmente, las elecciones tuvieron que repetirse.
Cuando Schaake se planteó escribir este libro, en parte lo hizo porque a partir de sus conversaciones con diversos gobiernos y organismos públicos detectó la preocupación, agotamiento e, incluso, impotencia de los poderes públicos ante esta ofensiva de las tecnológicas. La inquietud era más que palpable, pero casi tanto como la incapacidad para atajar la situación. La experta ha analizado diferentes modelos por todo el mundo y, sin ponerlo de ejemplo democrático, sí que elogia a China en un aspecto: a diferencia, por ejemplo, de Europa, ha entendido la tecnología como algo más que un motor económico, ha identificado su potencial y la ha integrado en toda su política.
A lo largo de diversas entrevistas, la autora ha ido describiendo cómo durante el proceso de investigación previo al libro descubrió que el problema va mucho más allá de la desinformación, la salud mental (especialmente de los más jóvenes), la ciberseguridad o las leyes antimonopolio. Los tentáculos de las tecnológicas han ido adquiriendo tal capilaridad que constituyen un auténtico desafío: ostentan el poder sobre nuestras vidas digitales.
Especialmente en EEUU y, en menor medida en la UE, las políticas de no intervencionismo han sido decisivas para que estas multinacionales amasaran más poder con el pretexto de las bondades democratizadoras de las nuevas tecnologías y la innovación. Tal y como avanzaba en el anterior artículo, la bola de nieve ha adquirido tales dimensiones que, a pesar de que ahora se intentan instalar guardarraíles que nos salvaguarden, estamos desprotegidos antes los abusos de las tecnológicas. En el mejor de los casos (para ellas, claro está), acostumbran a encontrar resquicios legales para salirse con la suya; en el peor, las sanciones que se les imponen por los incumplimientos son calderilla comparado con su facturación. Tal y como explica la experta, nos encontramos en un punto en el que la privacidad puede convertirse en una especie de bien de lujo en lugar de un derecho fundamental.
En este sentido, Schaake destaca la falta de rendición de cuentas, de reparación para las personas y, por supuesto, de responsabilidad por parte de cualquier empresa. The Tech Coup no debe tomarse como un libro en contra de la tecnología, más bien contra la impunidad con la que se desenvuelven las llamadas Big Tech. Los desvaríos de Elon Musk al frente de X, ahora decidido a comprar OpenAI, tan sólo son la punta del iceberg.
Un ejemplo del poder y los abusos que acaparan las empresas tecnológicas es el software espía. Ya no es sólo el polémico caso Pegasus, sino más recientemente el de otra empresa de origen israelí, Paragon Solutions. Según denunció en Italia Meta, propietaria de WhatsApp (que no es precisamente garantía de privacidad) el spyware Graphite de Paragon habría espiado a casi un centenar de periodistas y activistas de derechos humanos (incluidos españoles) utilizando la aplicación de mensajería instantánea para ello. Si con Pegasus fueron espiados, incluso, líderes políticos como nuestro presidente del Gobierno, Schaake se pregunta cómo se van a proteger personas mucho menos poderosas.
Una de las lagunas que detecta Schaake es la falta de experiencia tecnológica en la práctica totalidad de los organismos reguladores. Diez años en el Parlamento Europeo no sólo le enseñaron eso, también cuán poderosa es la presión de los lobbies. Este es el motivo por el que la experta aboga por que del mismo modo que el Congreso de EEUU o el Parlamento Europeo tienen sólidos equipos legales para evaluar cada iniciativa legislativa, cuenten también con equipos tecnológicos capaces de informar a los legisladores convenientemente.
A través del libro, la autora también abre una ventana al optimismo, exponiendo vías para alcanzar un reequilibrio democrático. En este contexto, la política es crucial; ahora, por ejemplo, trata de poner en marcha iniciativas que pongan coto a la Inteligencia Artificial (IA), como vimos la semana pasada en Europa a iniciativa del presidente francés Emmanuel Macron. Sin embargo, hoy es la IA, pero mañana será otra nueva tecnología –quizás la computación cuántica- la que ponga en jaque la democracia, por lo que es preciso estar vigilantes y que no coja a los Gobiernos con el pie cambiado, como ha sucedido ahora. Schaake no duda en afirmar que es clave empezar a pensar en nuevas formas de anticiparse a la próxima ola de una tecnología emergente.
Transparencia y antimonopolio son términos irrenunciables en esta labor de reequilibrio, así como la no discriminación y el acceso a la información. Un ejemplo de falta de transparencia que expone Schaake es cómo algunas de las tecnológicas que construyen grandes centros de proceso de datos para su nube, ahora que se ha puesto encima de la mesa su impacto en consumo energético y de agua, lo hacen a través de empresas pantalla para que no se conozca quién está realmente detrás.
Hoy más que nunca es preciso sentar esas bases y aplicarlas al desarrollo y difusión de las nuevas tecnologías, especialmente porque el ritmo de éstas es mucho más rápido que el de la regulación; de ahí la importancia de estos guardarraíles. No podemos olvidar, además, la dependencia extrema que existe de la tecnología, similar ya a la de los servicios financieros, según expone la autora recordando el incidente sucedido hace meses con CrowdStrike. Desde su punto de vista, estas empresas de tecnología, convertidas en nodos críticos en nuestra sociedad, deberían ofrecer garantías en materia de resiliencia, responsabilidad y funcionamiento.
(Artículo en Público)
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