La libertad falsificada

 APDHA

La ultraderecha está crecida. Es un hecho. Hace unos días, el local que sirve de mezquita para la población musulmana de Puerto Real (Cádiz) fue atacado, arrojaron vísceras y restos de cerdo contra su fachada. No es un caso aislado, tal y como ha denunciado la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA). La sinrazón ultra se extiende a todo lo que no pase su tamiz, ya sea la migración, el feminismo, la república… en esencia, la libertad.

Los activistas de APDHA en Puerto Real llevan tiempo denunciando las pintadas racistas por toda la ciudad, los ataques contra las pancartas del último 8M o el vandalismo hacia los carteles que anunciaban un acto del líder de Izquierda Unida, Antonio Maíllo, con motivo de la conmemoración del aniversario de la II República en el Ateneo Republicano. Han desaparecido los complejos y la vergüenza de ser fascista, aunque este tipo de tropelías continúan cometiéndose clandestinamente. El motivo es obvio, constituyen un delito. Tan obvio es como evidente la intención que acompaña a cada uno de estos actos: conseguir que dejen de ser ilegales.

A pesar de que la ola ultra encubre su postura bajo la falsa bandera de la libertad, sus pretensiones no pueden ser más contrarias a ella. Nada hay más opuesto a la libertad que tratar de anular al contrario, expulsarlo, desear eliminarlo. Resulta indiferente cuál de sus frentes se tome en consideración, en todos ellos su narrativa hace aguas y evidencia que nada tiene que ver con la libertad.

Practicar una religión como la musulmana en modo alguno pretende anular a cualquier otra fe, más aún en un estado aconfesional que, con la Constitución en la mano, no debería tener trato de favor con ninguna religión (aunque de hecho sí tiene con la católica). Los fascistas no respetan ninguna otra confesión que no sea la suya propia. En el pasado, esta falta de respeto por los pilares más esenciales de la democracia les llevó a atacar a la II República con un golpe de Estado que nos condujo a una cruenta Guerra Civil y a una aún más sanguinaria dictadura franquista.

La narrativa ultra busca proyectar su odio en la persona diferente para justificar su propia inquina. Sin embargo, esta violencia sólo parte de ese flanco: frente al feminismo que defiende la igualdad, los ultras atacan a las mujeres para hacer prevalecer el machismo; frente a la diversidad cultural, los fascistas criminalizan a las personas migrantes; frente a la libertad afectivo-sexual, los ultras te dicen a quién y cómo amar.

APDHA

Ignorar la influencia en esta violencia del auge de partidos como Vox y el seguidismo de sus postulados por parte del PP es opacar un parte del problema. De hecho, el partido que lidera Santiago Abascal se ha negado a suscribir la condena a los ataques de la mezquita en Puerto Real. El fascismo destila, defiende y expande la violencia, el odio, la represión.

Hablan de libertad pero es mentira. Mientras nuestra legislación defiende el derecho –y no la obligación- a abortar o morir dignamente, la extrema derecha pretende arrebatarnos esa libertad, imponiendo su criterio. En pretensiones de este tipo, el fascismo se encuentra con la Iglesia católica, que en demasiadas ocasiones ansía interferir en la democracia que le ha abierto las puertas de par en par.

El mismo Estado de Derecho que cobija y protege la libertad religiosa se ve violentado por una de estas confesiones, con una Conferencia Episcopal que, incapaz de hacer cumplir sus valores a sus propios fieles, parecer anhelar tiempos pasados en los que el régimen nos los imponían a todos por la fuerza. Cualquier religión supone un recorte de libertad; la libertad reside en la elección y aceptación voluntaria de esos recortes, no en su imposición. En pleno siglo XXI, todavía hay quien no encaja esa realidad.

Frente a todo este odio, este revanchismo del que habla muy acertadamente el periodista Andrea Rizzi en su reciente ensayo La era de la revancha (muy recomendable), surge una respuesta social pacífica, pero no por ello falta de contundencia. Lo vimos esta misma semana en la concentración que tuvo lugar en Puerto Real condenando los ataques islamófobos en la mezquita.  En esta protesta pudieron verse carteles que defendían la convivencia y la crítica a la religión sin necesidad de odiar al creyente.

Como ya he apuntado en cierta ocasión, no se trata de una cuestión de tolerancia, sino de respeto. No se trata de conceder permiso a nadie para nada, sino de abrazar una realidad diversa. Esa es la verdadera libertad y no la que los ultras quieren obligarnos a aceptar. La libertad no se cumple, se disfruta, aunque traiga aparejadas responsabilidades.

El último barómetro del CIS vuelve a situar a Vox como tercera fuerza política, afianzándose en esa posición. No es una buena noticia. Revertir esa situación requiere más pedagogía que terror. Del mismo modo que el fascismo se ha despojado de su vergüenza, el miedo a los ultras se ha esfumado y agitar ese fantasma en campaña electoral es un gesto fútil. En su lugar, es preciso continuar explicando el qué y el por qué, desnudando la burda falsificación de libertad que los ultras tratan de vendernos. 

(Artículo en Público)

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